sábado, 30 de abril de 2011

Roadtrip Down Under 4 - Viernes 29


Hoy he ido de excursión. El mar estaba plato, plato. Ni siquiera la izquierda que encontré ayer a última hora de la tarde, tenía suficiente mar para poder surfear sin jugarse uno el pellejo en las rocas que asomaban a mitad de recorrido. Viendo que hacía un día magnífico: sol, sin viento, una luz cálida, temperatura de 22ºC… un típico día de otoño de esos que tanto nos gustan en el Cantábrico-, después hacer unos recados he cogido el coche y he tirado hacia el Sur. Sabía que tenía muy pocas posibilidades de surfear, pues 13th Beach estaba muy escaso y Johanna –donde seguro que había olas- quedaba a 3h en coche. Demasiado lejos teniendo en cuenta la hora a la que he acabado mis quehaceres. Así que me he conformado con llegar hasta Lorne; otrora un pueblecito muy auténtico y pintoresco que, desgraciadamente, no ha quedado al margen de la vorágine inmobiliaria. Y es que Melbourne (3’5 millones de habitantes) queda a 142kms de distancia y Geelong (180.000 habitantes) a bastantes menos. 

Australia es un país rico, con muy poco desempleo, una calidad de vida alta y los baby boomers tienen hambre de segundas residencias en las que invertir sus ahorros. De todas formas, no me malinterpretéis: cuando digo que Lorne se ha afeado por culpa de las nuevas construcciones no os vayáis a imaginar un Salou a la australiana; ni siquiera le llega a la suela de los zapatos –en cuanto a fealdad y a nuevas construcciones- a Castro Urdiales. Son unos bloques bajos de apartamentos, realizados con muy mal gusto, y construidos a primera línea de mar los que afean ese rincón de la costa de la Great Ocean Road. De todas formas el Lorne que yo recuerdo tiene nombre propio: el Grand Pacific Hotel. Este pub-hotel-bar-restaurante todavía existe y se encuentra a la salida de Lorne (o a su entrada si uno se aproxima desde Apollo Bay). En su parking dormí una vez dentro del Ford Falcon Station Wagon que N y yo habíamos comprado en Yallingup, durante nuestro viaje transaustral por la costa Sur australiana en 1996. En el parking adyacente al Hotel pasamos una noche tormentosa. Tormentosa por el mal tiempo que azotaba y balanceaba nuestro coche/vivienda;  e igualmente tormentosa por la discusión que batía en su interior. De esas discusiones que solamente se tiene cuando se es joven pero de las que uno todavía se acuerda.

Volviendo al presente, el Gran Pacific Hotel sigue ahí, renovado y yuppyzado pero en el mismo sitio, con vistas al pier de Lorne. Mucho Cabernet Sauvignon, Merlot y Shiraz consumido por parejas en la terraza. Parejas impecables, perfectas y que desprenden ese aire de superioridad que tanto dinero les ha costado adquirir. Entre otros coches, en media hora he visto pasar un Porsche 911 y un Cayenne… ambos con tablas atadas a las bacas! Si los ingenieros especialistas en aerodinámica de Porsche los llegan a ver, me temo que más de uno se iba a llevar un buen disgusto. Tanto trabajar para rebajar el cx para que luego les aten unas tablas de surf encima!! Esa es la cara rica del surf australiano. Es lo que seguramente me espera en Sidney, donde 15 años atrás ya asistí a los prolegómenos de la invasión de capuccinos, lates, white flat with soya -y demás brebajes derivados del café- que han sustituido a la birra, al meat pie y al porro en la dieta del surfista australiano versión yuppy.

Por suerte no todo está perdido. Me paro en una de las muchas playas semi desiertas que transcurren cerca de la carretera, pues me ha parecido apreciar que las olas eran más grandes. En el parking hay varios coches nuevos, caros  e impecables. Más de lo mismo. En el agua un grupo de adultos intentan ponerse de pie en tablas blandas de escuela; hablan y gritan llenos de euforia y adrenalina. La ola que he visto ha sido un espejismo. Está igual de pequeño que en los demás sitios. Con un tablón quizá… pero de todas formas cierra. Mientras observo el panorama otro coche llega y aparca cerca. De él se baja un hombre de 40 y muchos o 50 años. Un chucho, de raza indefinida y que ha visto mejores tiempos, es su única compañía. Una vieja tabla de surf atada -con una cuerda a la baca- adorna su viejo y sucio coche familiar decorado con manchas de corrosión. El hombre viste traje de obrero: camiseta sucia, pantalón corto manchado y botas y calcetines altos. Se saca un pitillo y se pone a fumar mirando las olas y los surfistas; birra en mano. Menos de 1 minuto después llega una vieja furgoneta VW. Una T2 o T3 creo (no me hagáis mucho caso); con muchas pegatinas de surf y con dos mujeres a bordo. Parecen madre e hija. Se ponen a hablar con el hombre –al que parecen conocer- y tras 5 minutos de parloteo las dos mujeres se van. El hombre acaba su cerveza; desata (literalmente) su tabla del techo de su coche, se enfunda un viejo traje de neopreno y se dirige al agua. Al pasar delante mío murmura algo sobre quitarse el polvo de la obra. Como si se excusara por ir al agua en esas condiciones. En el agua, los yuppies seguían soltando gritos de alegría cada vez que uno de ellos lograba ponerse de pie encima de su tabla una décima de segundo.

Al regresar hacia Torquay, desde un prado que bordeaba la carretera ha asomado Skippy. Me he parado para saludarle. Para entonces ya se había retirado a distancia prudencial, junto con un compañero. La luz caía dorada en el prado donde se encontraban; las kookaburras graznaban anunciando la noche y el día se apagaba iluminando con sus últimos rayos el Ocean… con John Butler Trio de banda sonora.











3 comentarios:

Anónimo dijo...

Collons, que post más bonito... se nota que este segundo viaje a Australia te está llegando a la "patata"...

Pau dijo...

Felip,

Posts boníssims. Disfruta.

Alberto dijo...

Muy bueno el post. Felicidades. A seguir disfrutando de australia y nosotros leyéndolo.