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lunes, 25 de agosto de 2025

Muy fan... (II)

 ... de Tom de Souza

Este surfista/periodista australiano, que colabora esporádicamente con la revista australiana Tracks, explora Indonesia a bordo de su moto pero en modo supervivencia, con poco presupuesto y sin cámaras que le sigan. 

Nada que ver con "Drifter", la superproducción de Hurley con Rob Machado (enlace al trailer AQUÍ); ni con los excelentes vídeos de Deus Ex Machina, que en realidad no son más que cortometrajes muy preparados y donde todo es de color de rosa.

No hay mucho surf hay en los vídeos de Tom, pero en cambio encontraréis mucha aventura, movidas, averías, personajes secundarios muy auténticos y reflexiones interesantes.

Pinchad AQUÍ para ir a su canal de Youtube y AQUÍ para leer sus crónicas en Tracks.

He aquí el capítulo I, pero en su canal ya tenéis los 6 primeros. Muy fan.




martes, 7 de abril de 2020

Brazil Ep 1 – A barraca do Amor



Brazil (sic) es el título de una de las mejores películas de Terry Gillian, inspirada en 1984 de George Orwell. Se trata de un canto a la lucha por la imaginación y la libertad de pensamiento. He pensado que era el título ideal para esta serie de breves pinceladas de mi viaje a Brasil en estos tiempos de confinamiento. 

Justo en estas fechas, a caballo entre Marzo y Abril, hace ahora un año andaba yo por Brasil, por primera vez en mi vida, en un viaje familiar y sin tablas. Resulta que mi hermana y mi cuñado tienen una casita en Pipa, a hora y media en coche de Natal, en el estado de Rio Grande do Norte, y llevaban muchos años (15?) insistiendo en que fuera a pasar unos días allí; con o sin ellos. Al final cuadraron vacaciones y me fui a Pipa un par de semanas acompañado de mi hermana y de la morena.

Antes de partir estuve valorando si llevarme o no una tabla de surf. Al final decidí dejarlas en casa pues estaba seguro de que allí donde fuera, a pesar de que Pipa es más un destino de kite que de surf, encontraría algo para alquilar. Y así fue. Los que me salvaron fueron los dos chavales que regentaban el puesto de socorrismo, alquiler y escuela de surf (sí, todo en uno) de Praia do Amor. Los garotos da barraca da Praia do Amor.

El primer día de nuestra estancia mi hermana nos llevó a Praia do Amor, y a la morena y a mí nos encantó, especialmente la visión que se tiene de la misma desde arriba del acantilado, justo al salir del bosquecito donde puedes dejar el coche si llegas pronto, y antes de empezar a bajar los escalones que te conducen a la arena. Praia do Amor no es la playa principal de Pipa, ni la más concurrida pero, en mi opinión, sí la más hermosa. Se encuentra justo detrás del cabo que acoge el núcleo urbano de Pipa, y durante las dos semanas que estuve allí parecía recibir bastante más oleaje que las otras playas que visité.




Y allí abajo, ya en la arena y un poco a la izquierda de donde te dejan los escalones, convenientemente separado de la línea de chiringuitos y hamacas (que solo ocupan la parte septentrional de la playa) se encuentra la barraca de los locales de la Pipa. Esta no deja de ser un techo sobre cuatro troncos, sin paredes y relleno a partes iguales de viejas tablas de surf para alquilar o dar clase y la ropa y demás enseres que los locales dejan cuando van al agua. Siempre que fuimos a Praia do Amor alquilé allí una tabla, no siempre la misma y casi siempre muy echa polvo, hasta tal punto que solo vernos llegar a la playa uno de los dos garotos que regentaba el puesto ya venía a proponerme la tabla que había surfeado la última vez. Por supuesto siempre acepté, ¿qué otra cosa iba a hacer cuando había olas simpáticas, un sol de justicia y no me esperaban en ningún lugar?... así que acabé pasando muchas horas en esa playa, tanto en el agua como fuera.




Antes de explayarme sobre los dos chavales que regentaban la barraca do amor, verdaderos protagonistas de esta historia, permitidme unas breves líneas sobre el surf en la playa del mismo nombre. En las dos semanas que estuve en Pipa fui a Praia do Amor un buen puñado de días. A veces a pasar el día entero y otras solo unas horas. Nunca lo vi sin olas pero tampoco lo vi nunca perfecto. Las mejores olas rompían en el centro e izquierda de la playa, más o menos donde la barraca de los locales, y generalmente rompía mucho mejor de izquierdas y con la marea alta. Las olas eran rápidas, orilleras, sobre fondo de arena y la corriente tenía tendencia a desplazarme hacia el sur. También salía alguna derecha, pero pocas e iban todavía más rápidas. El mar nunca estuvo muy limpio y el viento solo molestaba por la tarde. Solo un día estuvo muy justo para surfear pero tampoco lo vi con olas de más de 1m. Los chavales locales solían acercarse a surfear por la tarde, y la verdad es que se hacía difícil coger una ola en el pico principal a esa hora. Había muchos chavalines que andaban de lujo y la orientación de la brisa de la tarde era perfecta para hacerse aéreos en las izquierdas. Lo ideal pues era cuando la marea alta coincidía por la mañana, pues rompía mejor, sin viento… y con mucha menos gente. Dicho esto no vi ningún mal rollo, varios niños compartían una misma tabla y cuando dos locales se saltaban una ola o intentaban un maniobrón todos los demás reían o aplaudían. Un surf muy social, como el que todos los que llevamos mucho años parafa en mano recordamos con nostalgia. Quizá esta estampa no coincide con esa imagen de paraíso surfístico que todos anhelamos tras ver tantos vídeos y fotos de tubos de ensueño sobre agua cristalina y olas que rompen como cremalleras, pero tuve buenos baños, en un entorno muy bello, en un agua muy caliente y relativa calma. Y desde luego con mucho mejores olas que las que esperaba encontrarme antes de salir de casa.




Pero todo esto a los protagonistas de nuestra historia les importaba bien poco. Ellos ya habían surfeado muchas veces esas olas, ya habían alquilado muchas tablas a surfistas de paso como un servidor y habían visto muchos aéreos de los chavales (y no tan chavales) del pueblo. Ellos eran los dignos herederos de los beach boys de Waikiki, buscaban una presa más grande y jugosa, su particular Moby Dick: la turista anglosajona, preferentemente mochilera y que viaja sola o con una amiga. Y así es como un día, cómodamente instalado en la tumbona a la sombra, con la morena a mi lado y la tabla al otro, un coco en la mano y una novela barata en mi regazo, pude observarles en acción.

Nuestros dos garotos -piel cobriza cubierta de tatuajes, pelo largo rizado quemado por el sol, extremadamente delgados y con una eterna sonrisa en la cara- vieron llegar de lejos a las dos chicas canadienses y a su sombra. Entre los tres no sumaban 75 años. Ellas con algunos kilos de más (o de menos, todo depende de los gustos de cada uno y del objetivo de quien los lleve encima), largas melenas convertidas en un amasijo de trenzas, piel blanquecina enfundada en sendos conjuntos de playa con adornos tribales/tropicales y sandalias de río Teva en los pies. Risueñas y con ganas de juerga. Él, por su estampa deduzco que hijo de un leñador canadiense de origen noruego, gran devorador de hamburguesas y demás comida basura, enfundado en otro conjunto de moda playera tropical, las seguía un par de pasos por detrás, como un poco a su pesar y no sin despertar cierta lástima. Tardaron poco los garotos da barraca do Amor en convencer a nuestros tres turistas de la idoneidad de tener su primera experiencia encima de una tabla de surf… allí y en aquél momento. Rápidamente equipados con sendas lycras, dos minimalibús y un tablón/portaaviones, tras las selfies de rigor -ô tempora, ô mores!- las dos chicas se fueron al agua acompañados por nuestros dos garotos. Mientras, y durante las dos horas que duró la clase de surf, el amable bonachón quedaba solo expuesto a la furia y los embates del oleaje, haciendo múltiples trayectos por la orilla desde donde la corriente le había arrastrado y sin haber logrado ni siquiera coger una espuma tumbado.




Qué ocurrió en el agua entre sus dos amigas y los dos garotos? Nunca lo sabremos, porque lo que pasa en el agua se queda en el agua, pero lo cierto es que en noches sucesivas me lo encontré vagando solo por las calles de Pipa, siempre enfundado en su conjunto veraniego tropical, arriba y abajo la preciosa calle principal del pueblo... mientras que sus dos acompañantes pasaron a formar parte, al menos durante unos días, del mobiliario humano de la barraca do amor.



- “Y la iguana de la foto?” 
- "Nada, amor, una iguana que se paseaba por ahí y le hice una foto." 
- "Por la Praia do Amor? No la vi." 
- "No, en otra playa…" 
- "Y entonces… por que has puesto esta foto aquí?" 
- "Esto… esto es otra historia, morena."

viernes, 25 de octubre de 2019

Surf, violencia y marihuana en el Norte de California

Por qué podar marihuana en Humboldt para financiar un viaje de surf puede no ser una idea tan buena como parece

El lado oscuro de intentar ganar pasta rápida

Por Jed Smith para la revista Surfer Magazine (clicka aquí para el original en inglés)

El condado de Humboldt, que se encuentra a unos 480 kilómetros al norte de San Francisco, en el norte de California, es conocido entre los surfistas principalmente por cuatro cosas: está cerca de un puñado de olas razonablemente buenas y con muy poca gente, es una zona muy rural, el terreno es montañoso y, por supuesto, es una de las zonas de mayor cultivo de cannabis de todo Estados Unidos. Todo ello ha atraído a bastantes surfistas, a lo largo de los años, que buscan la manera de hacer pasta rápidamente trabajando en algunas de las muchas granjas de marihuana.

Desde los años 60 hippies, surfistas y otras personas que viven al margen de la sociedad han ido trasladándose a esa zona para hacer pasta podando marihuana. Si no sabes mucho sobre el negocio de la marihuana, trabajar podándola, aparentemente, puede ser bastante lucrativo y es un trabajo que ha financiado muchos viajes de surf y, se rumorea, alguna que otra campaña en el WQS. Diez mil dólares al mes en metálico, toda la maría que te puedas fumar (mientras trabajas), varias olas de agua fría muy cerca y la oportunidad de vivir fuera del sistema pueden ser una combinación de factores muy atractiva para ciertas personas.

Pero a lo largo de la última década, algunas zonas del condado de Humboldt se han vuelto peligrosas para surfistas nómadas en busca de pasta rápida para financiar sus viajes. Seguramente habrás visto el documental de Netflix titulado “Murder Mountain”. Cuenta la historia de un surfista de San Diego llamado Garret Rodrigues, uno de los muchos surfistas que peregrinaba al norte para la temporada de la poda. En 2013, cuando no llevaba ni seis meses de los 2 años que pensaba pasarse en Humboldt podando marihuana, Rodrigues fue asesinado. Cuando su padre contrató a un detective privado para que estudiara su caso, se descubrió que había habido una docena más de casos de personas asesinadas o desparecidas en la zona.

La serie narra la tensión entre el mercado ilegal tradicional de la zona y la transición hacia la legalización, concentrándose en una zona llamada “Murder Mountain” especialmente peligrosa y con gran concentración de actividades ilegales.

Cuando estaba en Bali hace unos años conocí a una surfista del Sur de California, a la que llamaré Roxanne, que vivió en primera persona el cambio drástico que esa zona está sufriendo. Es una de los muchos surfistas hawaianos y californianos que conocí en Indonesia que en aquella época acumulaban grandes sumas de dinero podando en las plantaciones –entonces- ilegales de California para financiar sus surfaris por todo el mundo.

“Era alucinante; cultivabas tu propia comida, cogías agua del arroyo, no tenías líneas eléctricas alrededor tuyo ni tráfico”, recuerda Roxanne, que admitió que ganaba unos 10.000 USD/mes por aquella época. "Podía permitirme viajar por todo el mundo porque ganaba mucha pasta podando en un mes.”

Cuando Roxanne y su novio Kevin llegaron a Humboldt por primera vez, la mayoría de podadores eran surfistas, “Burners” (fans del festival Burning Man) y gente por el estilo.

“Vivíamos de forma totalmente ecológica,” añadió Kevin. “Estás totalmente al margen de la sociedad y en plena libertad. Tienes una comunión total con la naturaleza y sí, encima ganas mucha pasta.”

Irónicamente todo eso cambió con la legalización de la marihuana en los EE.UU., y los impuestos que ha aplicado el gobierno, que han obligado a muchas pequeñas granjas que crearon esta industria a vender y mudarse a otro lugar. 

“Ahora mismo los permisos que necesitas para cultivar marihuana legalmente cuestan más de 80.000 USD,” afirma Roxanne. “La mayoría de la gente no tiene ese dinero porque son pequeños productores que apenas ganan lo suficiente para sobrevivir.”

Y cuando los pequeños productores se fueron, continua Roxanne, la presencia de grandes producciones en manos del crimen organizado se hizo más pronunciada.

“Ibas al colmado y de un vistazo te dabas cuenta de quien era un miembro de la mafia rusa con su chándal Adidas, sus cadenas y sus mierdas,” afirma Roxanne.” Y también de quien era de la mafia mexicana. Los colmados son lugares pequeños… y ahí te encuentras a todo el mundo del pueblo, que en realidad no son más que dos calles.”

Luego llegaron los “trimmigrants” (juego de palabras compuesto de “trim” –podar-, e “immigrant” –inmigrante-), mochileros ingenuos europeos y de otras partes del mundo en busca de aventuras y pasta rápida. Rápidamente empezaron a multiplicarse los casos de personas desaparecidas.

“Se ha convertido en un problema muy grande,” afirma Roxanne. “Todos estos extranjeros aparecen en los pueblos con carteles o simplemente te abordan en el colmado. Una vez estaba cargando la compra en mi coche y unas chicas francesas intentaron colarse dentro al grito de ‘Llévanos a un sitio donde haya curro’. Les solté ‘¡Qué hostias! ¡Si no os conozco de nada!’ Hablé con muchos y a todos les decía, ‘este no es un sitio seguro, no deberíais subiros al coche de un desconocido que no sabéis dónde os llevará por un monte perdido donde ni siquiera hay cobertura telefónica.”

Las historias de asesinatos, robos y desapariciones han proliferado en estos últimos años, aunque los culpables a veces son quien menos te los esperas. “Una de las últimas historias que oí antes de que nos fuéramos fue la de un hombre que bajó al pueblo, cogió a tres inmigrantes y se los llevó a su plantación,” cuenta Kevin. “Al cabo de un par de meses le mataron y se largaron con toda su producción.”

Lo malo de esas oportunidades, que a veces parecen tan buenas que son difíciles de creer, es que muy a menudo acaban siéndolo. Ganar pasta gansa podando maría, viendo cerca de olas buenas con poca gente, tener mucha pasta y libertad para viajar por todo el mundo buscando olas durante gran parte del año… a muchos surfistas este escenario les parece muy tentador. Pero está claro que todos aquellos que ven eso como una oportunidad para su próximo surftrip deberían considerar el lado oscuro de la misma antes de lanzarse a por ella.


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He traducido este artículo de Jed Smith para la revista Surfer pues, cuando lo leí hace un par de días, inmediatamente me trajo a la memoria la lectura de The Dogs of Winter, novela de Kem Nunn, que se desarrolla también en el condado de Humboldt alrededor de la visita de un fotógrafo de surf que ya está en las últimas, un spot de olas grandes que rompe muy raramente, una vieja gloria del surf que huye de los focos y vive en la zona y todo ello con grandes dosis de violencia y tensión. De las tres novelas de Kem Nunn que he leído (las otras dos son Tapping The Source y Tijuana Straits), esta fue la que más me marcó. Seguramente de lo mejor que he leído de novela negra con un trasfondo de surf;  totalmente recomendable.


martes, 10 de septiembre de 2019

Surfing Moments - La vida y milagros de François Lartigau



Compré este libro, cuya existencia desconocía, en Francia hace más de un año. Lo leí justo después de acabarme el Barbarian Days de Finnegan y, a pesar de las similitudes, pues ambos son relatos de vidas dedicadas al surf, me ofreció un interesante contraste.

François Lartigau, alias Murphy, fue un surfista vasco francés que falleció en 2016 a la edad de 67 años. Fue campeón de Francia de surf en 1969 después de quedarse cerca del título en varias ocasiones, compitió internacionalmente representando a su país y finalmente, insuflado por los aires de libertad del Mayo del 68, dio el gran salto y se fue a descubrir el mundo entre 1971 y 1983. Estuvo viajando con lo puesto y surfeando algunas de las mejores olas del mundo en Sudáfrica, Australia, Indonesia, Isla Mauricio. Pasó tiempo en la cárcel en Australia por tráfico de drogas, se codeó con los mejores trabajando en un taller de shape en la Gold Coast, surfeó G-Land, Jeffreys y Bali cuando no había a penas nadie en estos lugares. Y a su regreso a Biarritz participó como diseñador gráfico en el lanzamiento de Quiksilver en Europa.

Este libro (escrito junto con Alain Gardinier), con colaboraciones de varios autores, magníficas fotos de la época y las obras de Murphy nos ofrece un relato muy diferente al que estamos acostumbrados: el de uno de aquí que se fue a vivir aventuras a las tierras de los que nos colonizaron con su surf. Como un "The Endless Summer" a la inversa. 

Y es que no podemos olvidarnos que el surf llegó a Europa mucho después que en otros países. Según The Encyclopedia of Surfing esta sería la secuencia histórica aproximada:

  • 1914 - Australia
  • 1915 - NZ
  • 1920s - Perú
  • 1928 - Brasil y Sudáfrica
  • 1940s - Japón y México
  • 1956 - Francia
  • 1957 - Israel
  • 1958 - Portugal
  • 1959 - Inglaterra
  • 1961 - Uruguay
  • 1962 - España
  • 1963 - Argentina, Irlanda y Gales
  • 1968 - Escocia e India
  • 1969 - Chile, Indonesia e Italia
La lista obviamente no es exhaustiva ni pretende serlo, pero de ella se desprende que en los años 70 el surf en Europa estaba en su infancia mientras que en otros países ya formaba parte del paisaje cotidiano en las zonas costeras. 

Así pues Surfing Moments nos ofrece un relato de aventuras de surf en los años 70 y 80 desde una óptica diferente a la acostumbrada y todo ello narrado de forma muy entretenida gracias a las anécdotas, al carácter canalla del protagonista y a su pericia con el pincel.





jueves, 18 de abril de 2013

Vive!!!!


La odisea del Sudafricano Brett Archibald es de esas que merecen ser contadas. Su desaventura empezó de la forma más espantosa hace apenas 48 horas. Siempre he pensado que cuando viajas en barco no debe haber nada más terrible que caerse al mar de noche, sin que nadie se de cuenta, y mientras el barco está navegando. Eso mismo fue lo que le ocurrió a Brett en una noche de tormenta, a bordo del charter Nagu Laut, durante la travesía de Padang a las islas Mentawai (Indonesia). Subió a cubierta a beber agua, se mareó, vomitó y en un golpe de mar se cayó al agua… mientras el barco seguía navegando hacia el Sur. En medio del Océano, de noche, sin chaleco ni nada… tengo escalofríos solo de pensarlo.

Estuvo a la deriva durante las siguientes 28 horas, sin un miserable tronco al que agarrarse, sin comida ni bebida, siendo picado por medusas, con gaviotas que intentaron arrancarle los ojos y tiburones que le rodearon varias veces. Él mismo reconoce que tras ver pasar a varios barcos relativamente cerca de él y que no le veían, y no poder acercarse a las islas que veía en la distancia por las corrientes, intentó suicidarse tragando agua. Pero su cuerpo se resistía y sus pulmones se cerraban. Al final, uno de los varios barcos que le buscaban le encontró y ahora está continuando su viaje en las Mentawai.

Yo de él hacía la quiniela y jugaba a la primitiva y a los euromillones. Una racha así no puede ser desaprovechada.

Entrevista a Brett AQUÍ.


jueves, 3 de mayo de 2012

Corazón de toro


-“Yo he perdido toda mi juventud, sabes? Te diré: empecé a trabajar a los 16 y ahora tengo 29…” y le da una calada a su porro.

El que me lo cuenta me recuerda a un imponente ejemplar de miura. O más bien a un burel de la ganadería Marqués de Domecq. De hecho guarda un cierto parecido con Universal, el precioso y espectacular ejemplar de casi 600 kilos que tan buena actuación –seis empitonadas en una carrera - dejó en los Sanfermines de 2007. De altura no superior al metro setenta y cinco, su anchura corresponde a la de alguien mucho más alto. Pelo corto, barba rasurada a lo short boxed, camiseta sin mangas con inscripciones en inglés sobre muerte, punk y calaveras…

-“Date cuenta que todos esos años los pasé trabajando en la construcción. Trabajo bien pagado, pero duro sabes? 13 años seguidos; toda mi juventud. Y ahora nada…”

Por fin ha acabado de pelar y trocear las patatas y las cebollas. Entra en su VW California y comprueba que el aceite de la sartén ya está caliente. Echa las patatas, las cebollas y una pizca de sal. Un tatuaje enorme cubre todo su hombro derecho; desde la base del cuello hasta el codo, bíceps incluido. Un bíceps de diámetro similar al de un poste de teléfono. Su cuello es tan ancho como el de un uro; a su lado el de Fernando Alonso parece fino y delicado… el de una bailarina de ballet vamos. Una cadena bien gruesa alrededor del cuello, el peso de la cual debe superar al de un recién nacido. Arriba una cabeza que, en comparación al tamaño del resto del cuerpo, parece chiquitina.

-“Y ahora la construcción está muy mal y nos hemos quedados todos en el paro. Pero eso nadie lo podía predecir hace unos años. Qué quieres que te diga… la culpa la tienen las muyeres! Ellas y sus padres!”

Tira lo que queda del porro y abre la nevera de la furgoneta.

-“Achtung!” exclama señalando una pegatina dentro de la nevera de la furgo. “Me encanta! Estos alemanes son la rehóstia! Qué… mola la furgo no? Casi cincuenta mil euros que me costó hace unos años. Nueva de trinca. Y los alemanes fabricando cosas… esos sí que saben!! Alguna vez para algún chalé de alto standing los propietarios querían alguna marca de puertas, muebles de cocina o de baño alemana y… qué diferencia! Calité!”

Mientras le echa un vistazo a la sartén, coge una huevera de la nevera, una lata de pimientos del piquillo y un cartón de leche. Cierra la nevera y se vuelve a sentar.

-“Compra, me decían, estáis tirando el dinero con un alquiler. Y al final Piluca y yo compramos. Ahí arriba –señala una zona residencial nueva en la distancia- una promoción que hicimos en la empresa y que quedó muy bien de precio. Y encima luego hice yo la cocina y el baño, para asegurarme que estuviesen bien acabadas. Pero ahora claro, sin trabajo y con la hipoteca… pues mal; muy mal.”

Los seis huevos han sido rotos y echados a un bol. Su pectoral se mueve al ritmo de su brazo cuando los bate. El ritmo y la fuerza que imprime son tales que uno se pregunta si el sismógrafo más cercano no va a captar esas vibraciones, y confundirlas con placas tectónicas haciendo de las suyas. El tatuaje del hombro también se mueve y las calaveras, tigres y serpientes que forman el mismo van cobrando vida. Dicen en su barrio que el tatuador, cuando vio la extensión de piel a tatuar, tuvo que realizar un pedido extra de tinta. Los que lo dicen son los mismos que le llaman “Osborne” por razones obvias. Años atrás, cuando iban a Las Landas y no estaba con Piluca, le llamaban “Red Bull”. Para internacionalizarlo… decían. Mucho antes, de crío, era conocido como “el tirillas” en su barrio. Pero eso fue hasta que empezó a trabajar en la construcción e ir al gimnasio.

Se lía otro porro y lo enciende.

-“Luego estuve tres meses en una fábrica y estaban entusiasmados conmigo, pero se acabó el contrato y no me renovaron. Tenían pocos pedidos me decían…” murmura contemplando la punta encendida.

A continuación abre la lata de pimientos, saca unos diez y los empieza a cortar en trozos, añadiéndolos al huevo batido. Del asiento delantero recupera la barra de pan recién comprada camino de la playa y la abre en dos. La deja –abierta- encima de la mesa. Echa un poco de leche al bol de los huevos batidos y los pimientos y bebe gran parte del resto a morro. Dos caladas más al porro y tira la colilla.

-“Y vete a saber tú lo que va a durar esta situación! Yo ya busco pero el tema está fatal. De momento con el paro y lo que Piluca saca de la peluquería vamos tirando… Ahora ella quiere un crío. Muyeres!!! Yo ya le he dicho que se lo tome con calma, pero cuando quieren algo…”

Saca la sartén del fuego y echa las patatas y cebollas –bien doradas- al huevo batido con los pimientos y la leche. Lo mezcla bien, tira parte del aceite, vuelve a poner la sartén en el fuego y le echa el contenido del bol con mucho mimo, para que no se pierda ni una gota. Rápidamente la tortilla empieza a cuajar. Se lía otro porro.

Unos minutos más tarde, con la tortilla ya hecha por ambos lados, la corta en tiras y las coloca en la barra de pan. Me ofrece el primer mordisco. Declino. Me ofrece que me acabe su porro. Declino otra vez.

Tres minutos después, del bocata de tortilla de seis huevos de patatas, cebolla y pimientos del piquillo más una barra de pan entera solamente quedan unas migas en su camiseta y el aroma alrededor de la furgo. El cartón de leche yace vacío a sus pies.

-Vamos al agua o qué, oh? me espeta.

Hay un metro pasado, bastante cerrón y orillero. Un puñado de surfistas en el agua solamente y no parecen tener mucha suerte. Asiento: vamos. En el interior de su furgo descansan dos tablas preciosas; si no son nuevas tendrán un par de baños como mucho. Paseo mis manos por sus cantos finos y miro las dimensiones: 5’10’’ x 18 ½ x 2 ¼ y 6’0’’ x 18 ½ x 2 ½. Marca extranjera, shaper extranjero. Uno de esos reconocidos mundialmente. Cuando Osborne agarra una de ellas con su mano enorme, parecen todavía más finas y desproporcionadas al lado de su grueso cuerpo de morlaco de más de cien kilos.

-“Bah, me las hicieron mal…” comenta disgustado. “No me llevan, y eso que son mis medidas. El lunes voy a que me las cambien.”

Voy a cambiarme a mi vehículo, aparcado dos coches más allá. Regreso al cabo de unos minutos con el traje puesto y mi tabla. Osborne está untándose la cara de protección solar con la ayuda de su retrovisor lateral. Bajo una capa de piel gruesa se adivina la potente musculatura de su espalda. Su traje medio enfundado no le cubre la rabadilla, dejando gran parte de sus nalgas al descubierto y también un tatuaje circular con motivos tribales. Se da cuenta – por el retrovisor- que observo su tatuaje.

-“Chulo, eh? Es maorí o aborigen. Significa algo de la fuerza de mis ancestros. A Piluca le encanta…” y me lanza un guiño a través del espejo. Se da la vuelta lentamente. Sus pectorales –limpios de pelo como el resto de su torso- contienen suficiente carne como para erradicar el hambre de gran parte de África.

-“…pero el mejor de todos es este…” continua dibujando una sonrisa pícara mientras señala su entrepierna. Su traje deja al descubierto su vello púbico, que una mano experta ha rasurado perfectamente hasta darle la forma de corazón.

-“Me lo hizo Piluca. Cosas del amor!”

lunes, 23 de abril de 2012

SO (es-fri) TO

Cada agosto la situación se repite: decenas de autocaravanas y furgonetas de surfistas invaden el parking de la playa durante varias semanas. Surfistas solitarios, parejas, grupos de amigos. A medida que pasan los años las autocaravanas ganan la partida a las furgonetas. También las parejas con hijos a los solteros. Los acentos son variopintos pero la armada ibérica, en clara minoría diez años atrás, ha conseguido imponerse a las hordas traspirenaicas gracias al mayor tamaño de sus “carros de combate”.

Y es que el fin y al cabo, quien quiere dormir en una furgoneta encajonada entre inmensas autocaravanas que le doblan en tamaño? Perdedores, pero no por ello menos listos, los antiguos reyes de este parking ahora se refugian en calitas cercanas, menos accesibles y más discretas; sin presentar batalla. Ahí las autocaravanas tiene el acceso y la movilidad más reducidas; pura táctica de guerrillas. Si por casualidad una autocaravana se aventura al parking de una de esas calitas, todo está preparado para que su estancia sea de muy corta duración. Tras pasar un día rodeados de perros pulgosos y mugrientos, sus ocupantes serán obsequiados con una noche en blanco cortesía de una rave de música post-industrial. Ante este panorama, infaliblemente regresan con el resto de autocaravanas con las primeras luces del alba. A cada cual lo suyo, y en las distancias cortas y terrenos angostos las hordas francogermanas ahora mismo son imbatibles. 


Pero volvamos a la playa y a su nutrido poblado de surfistas ibérico con sus deslumbrantes autocaravanas y furgonetas. Estos días el grueso del ejército invasor está compuesto por catalanes y andaluces principalmente. También madrileños, valencianos… gente de pocas olas y muchas ganas. De vez en cuando aparece algún asturiano, cántabro o vasco, de ida o de vuelta a tierras lusas, que tras un par de noches se larga intimidado por el caos que reina en el agua. 

“Surfear con esta gente es más peligroso que bajar el Sella borracho y sin chaleco oh!” se le ha oído decir a alguno. 

“En mi playa a los debutantes los mantenemos a raya, pero aquí…” murmuró otro apurando su Keler. 

Los locales… bueno, apenas hay locales en el sentido estricto de la palabra. Pero los que acostumbraban a surfear esta playa cuando se deja –los maretones de invierno no le son muy amables- se lo toman con calma. Al fin y al cabo solo son un par de semanas al año. Algunos, como el de la gasolinera más cercana, cobran por el agua de la manguera a las autocaravanas que van a abastecerse. Un euro es un euro, y más en tiempos de crisis. La encargada del súper del pueblo, cuando llegan estas fechas, hace acopio de tomates maduros pues su demanda aumenta. Cosas del pa amb tomàquet le dijeron hace unos años, y ella ha aprendido la lección. 

Ibéricos, galos o teutones, las olas siguen rompiendo igual cada verano; año tras año. A veces son cuatro los surfistas que reman una barra imposible, al unísono, para acabar empotrándose los unos en los otros. Los cuatro creen tener la prioridad y demandan a los otros tres el pago de los desperfectos en sus respectivas tablas. Pero tras consultar las diferentes tomas de video, que sus novias/esposas han grabado religiosamente desde la orilla, todos se darán cuenta que en una barra que cierra de lado a lado no hay prioridad que valga. Este tipo de incidentes acostumbra a ser el catalizador de nuevas amistades. Algo que agradecerán sus respectivas parejas, que a partir de ese momento se organizarán para hacer turnos detrás de la cámara: así mientras una de ellas filma a los cuatro valientes, las otras tres pueden dedicarse a quehaceres menos tediosos. En otros contextos a este fenómeno se le llama optimización de recursos. 

El parking recupera su tranquilidad coincidiendo con la retirada del sol y el regreso a sus residencias de los que han venido a pasar el día. Entre estos, algunos se han pasado más tiempo en el parking que en la playa, estudiando y comparando las diferentes autocaravanas y furgonetas. Por otro lado más de un morador ha sido sorprendido en pelotas –solo o acompañado- dentro de su propia autocaravana por las caras de una familia entera asomando por la ventana. La familia quería espiar la distribución interior del vehículo y se encontró con una clase de anatomía humana en acción …y con todo lujo de detalles. 

Es en la hora de la cena cuando los diferentes orígenes se manifiestan: los del sur y el centro prefieren freír mientras que los mediterráneos prefieren la pasta y el embutido. Al fin y al cabo no son vacaciones gastronómicas, y se trata de llenar el buche sin gastar mucho …y sin perder mucho tiempo cocinando ni limpiando después. 


Pero una noche algo cambia: 

“No estamos solos” comenta un vecino de autocaravana a otro. Ahí, en el parking más cercano a la carretera, donde suele aparcar la gente que viene a pasar el día se ve un coche solitario. Dos personas se afanan alrededor del mismo; hombre y mujer. El vehículo es un familiar; un enano en estos parajes… pero no es raro ver a un surfista solitario dormir en el interior de uno de ellos. Una pareja? Físicamente posible… con mucho cariño mediante. Matrícula española. 

“Ejke con estas nuevas matrículas no hay manera de saber de donde es cada uno…” lamenta un madrileño para sí mismo. Algunos creen reconocer a la extraña pareja. Ella rubia, guapa, con curvas y con un tanga de hilo dental que ni en Ibiza hubiera pasado desapercibido; mucho menos aquí en el noroeste. Todos se habían fijado en ella durante el día, tomando el sol. Pequeños guiños de complicidad pero ni una palabra; siempre hay una esposa o un niño cerca, y tener una bronca por celos en una autocaravana pasa del marrón oscuro. A él también recordaban haberlo visto: calvo, buen surfista, con clase. Ya no era un chaval y su madurez se reflejaba en su surf con una economía de movimientos y una lectura de ola impecables. Pocas maniobras extremas, pero muy seguro y fiable, entrando en el punto de marea óptimo. Ahora ambos se encuentran sentados en un par de taburetes plegables, cara a cara alrededor de una mesa de camping e iluminados por una luz de gas, cerca del coche. Al lado, en el suelo, un hornillo a punto de ser utilizado. Se ha levantado un poco de suroeste y las autocaravanas se encuentran a sotavento de la pareja. La brisa les acerca sus risas; sobretodo la de ella: clara, fresca y luminosa. 

En una autocaravana un valenciano comprueba si el agua para la pasta está ya hirviendo mientras recuerda el culo y las tetas de la rubia en la playa; a su lado la madre de su hijo da la papilla al peque. Al cabo de un rato, con el peque ya durmiendo y cuando por fin le echan el queso rallado a la pasta –o el tomate a la salchicha en la autocaravana de al lado-, junto con la risa también llega el olor del ajo y la cebolla rehogadas. La pasta - o la salchicha -empiezan a saber diferente. Empiezan a saber a “cada día lo mismo”. Al cabo de un par de minutos el sofrito se enriquece con pasas, aceitunas, un par de alcaparras y avellanas trituradas. El aroma invade la zona de autocaravanas. Una fugaz mirada por la ventana confirma que es el surfista calvo quien está al mando del hornillo. Ella, la rubia, le observa copa de vino blanco en la mano, mientras ofrece su cabellera rubia a los caprichos de Eolo. Cuando las avellanas están ya doradas llega el tomate. No es tomate de bote, sino tomates pelados y machacados uno a uno. 

“Ezte pisha é un profesioná…” piensa un gaditano en una de las autocaravanas, quitándose simbólicamente un sombrero. 

La intensidad del fuego disminuye y el calvo cubre la cazuela de barro con una tapa. Antes ha añadido una pizca de sal y un único diente de clavo. En ese momento, en las autocaravanas la pasta, la salchicha, el bocata de chope… todo sabe igual; saben a “estoy harto de esta mierda!!”. Los efluvios del sofrito ahora son más presentes que las tetas de la rubia del tanga. 

“Este sofrito para qué?” se preguntan algunos. 

“Pasta, ya veréis nens…” opina un catalán muy seguro de sí mismo. 

Entonces el calvo saca una caja del maletero del vehículo familiar: una nevera portátil. De dentro aparece una bolsa de plástico, la abre y huele a mar. Mientras tanto la rubia ha abierto un bote de garbanzos, los ha escurrido –al inclinarse, la camisa de lino se ha separado de su cuerpo y el contraluz ha delatando la ausencia de sujetador-, y los echa cuidadosamente en la cazuela. El calvo por su parte ha vaciado la bolsa de su contenido: dos preciosos calamares, comprados esa misma tarde en la pescadería de Laxe, que ahora son cuidadosamente limpiados y troceados. 

“Zí zeñó, un profesioná como la copa de un pinol!” repite para sí el gaditano; silba en señal de admiración y aparta su plato -con las salchichas a medio comer- para buscar su china en el cenicero. 


Cuando gran parte del agua de los tomates se ha evaporado, el calvo añade las rodajas de calamar y vuelve a tapar la cazuela. Abre la segunda botella de vino y la brisa vuelve a traer las risas voluptuosas de la rubia. Risas que no dejarán de oírse hasta bien entrada la noche. Para entonces ya no hay luz en las autocaravanas; solo frustración en estómagos vacíos que sueñan con tetas, calamares, garbanzos, vino blanco y un tanga de hilo dental.

jueves, 7 de octubre de 2010

Eternal Grommet































Fotos sacadas de AQUí.

Cuando supe que Derek Hynd iba a estar en Anglet en Julio para presidir el Jurado del festival de cine de surf de esa localidad, contacté con él a través de un amigo para entrevistarle. Su agenda era muy apretada pues llegaba a Francia –proveniente de Jeffreys Bay- pocas horas antes del inicio del festival, y los días que duraba este evento los tenía totalmente llenos de actos. Así pues quedamos en vernos el día siguiente a la finalización del festival. Un día antes de que eso ocurriera me mandó un correo para excusarse y cancelar la cita: había visto que el parte en Jeffrey’s Bay iba a ser bueno y había adelantado su billete de vuelta. Textualmente: “the best wave always wins”.

Así que me quedé sin conocerle personalmente. Curiosamente en el último número de Kurungabaa, uno de los editores (Clifton Evers) le hace una entrevista más que interesante de la cual he sacado estas gemas:

“A principios de los 70 me gustaba surfear con single fins, antes de que aparecieran los twin fins. En Jeffreys Bay eran fantásticos pues la línea que traza un single fin es muy diferente a la que traza un twin fin o un thruster. Me encantaba experimentar, y eso es algo que no abandoné cuando aparecieron el twin fin o el thruster. Después de que saliese Litmus, los americanos etiquetaron ese proceso de experimentación “retro”; y lo convirtieron en una moda que no han soltado hasta que han conseguido exprimir el último céntimo a la gente.”

“Hablemos del fish. De forma muy rápida en el tiempo, ha pasado a convertirse  en un diseño que se parece muy poco a su origen, el clásico fish de los Sunset Cliffs de San Diego: un fish muy recto con dos quillas de madera. La gente ha empezado a modificar el diseño y se ha convertido en algo más parecido a un thruster de 1982 pero con dos quillas. Hay muy pocas diferencias entre lo que la gente llama “fish” hoy en día y lo que Simon Anderson ideó en 1982. Y debo añadir que he visto muy poca gente - fuera de Sunset Cliffs - que sepan qué hacer con un fish auténtico en el agua.”

Para los que no lo sepan, el australiano Derek Hynd lo ha hecho casi todo durante sus 53 años de vida: fue surfista profesional y estaba dentro del Top 10 de su época (perdió su ojo al golpearse con su propia tabla durante una manga en un campeonato en Durban y, en lugar de retirarse, volvió al pico con el glóbulo ocular colgándole a la altura de la mejilla). Luego se convirtió en team manager durante muchos años para Rip Curl (época Tom Curren, Jamie Brisick, Damien Hardman, Nick Wood, etc). También ha sido un visionario marketiniano (fue el que ideó la campaña The Search de Rip Curl en los 90, que tan buenos videos nos dio) y uno de los primeros surfistas de renombre en pasar largas temporadas en Chile. También ha ejercido de periodista para la revista Surfer (sus análisis de cada campeonato y surfista se siguen recordando e imitando); y sigue siendo un gran experto en Jeffreys Bay (donde vivió durante muchos años). 


Ahora lleva cuatro años surfeando tablas sin quillas (que no alaias), como pudimos ver en Musica Surfica y otros cortos más recientes que incluso yo he colgado aquí. Eso le ha valido salir en la portada de la Surfing World unos meses atrás.  Conocéis muchos otros surfistas mayores de 50 tacos que salgan en la portada de una revista de surf? No solamente es uno de los mayores conocedores del surf y de las tablas que haya, si no también una mente independiente que muy a menudo dice las cosas tal como son pues ya no tiene nada que perder. Junto con Wayne Lynch y alguno más, es uno de esos personajes carismáticos del surf que nunca estuvieron de moda y que siempre supieron seguir su propio camino. AQUÍ tenéis otra interesante entrevista que le hicieron recientemente.

Buen fin de semana







viernes, 10 de julio de 2009

Kurungabaa - todo un honor!!

Fue un honor cuando el Dr. Clifton Evers – Profesor de Periodismo de la Universidad de New South of Wales (Australia) y co-editor del diario literario de surf Kurungabaa -, me contactó y me pidió que le mandase algunos textos escritos por mí… en inglés. Le mandé cuatro y se quedaron con Dino’s Left, o más bien con una versión ligeramente resumida del mismo. Por fin me ha llegado el primer número de este año (ver portada abajo) y tengo que decir que es un honor que me publiquen una historia –en un idioma que no es el mío- al lado de nombres como el de Drew Kampion (ex editor de Surfer y actual editor U.S. de The Surfer’s Path), Jamie Brisick (ex surfista profesional, autor de un par de libros sobre sus experiencias en el Tour en los años 80 y ex editor de la Surfing) o Nick Carroll (que creo que ha sido editor de casi todas las revistas de surf -Tracks, Australia’s Surfing Life, Surfing…- durante la época dorada de las mismas).


A falta de ser publicado algún día en The Surfer’s Journal (nulas posibilidades pero… siempre es bonito soñar) y, vista la falta de profesionalidad de la otra revista anglosajona para la que me apetecía escribir algo, que me publiquen en Kurungabaa me hace la mayor de las ilusiones… y un honor que dudo mucho me merezca. Pero que me quiten lo bailado!!

jueves, 25 de junio de 2009

Cosmic Children – Que viva el pareo!!

Rasta hizo uno de esos veni, vidi, vinci dignos del mismísmo Slater u otra estrella de primera división. Llegó a mediodía del Sábado acompañado por Craig Sage: gafas de sol, bañador, camiseta, venda en la muñeca para proteger su nuevo tatuaje y un pareo marrón que usaba ahora para protegerse del sol y del viento (a modo de chal), ahora para tumbarse encima, ahora encajado bajo una gorra o sombrero cubriéndole los hombros y protegiéndolos del sol.


Rasta y su pareo.

Por la noche Rasta fue la sensación entre ciertas groupies. Desde la barrera muchos asistimos a una pelea en el dance floor, donde a base de golpes de cadera y de empujoncitos las gallinas luchaban por ganar terreno, acercarse y llamar la atención del gallo. A medida que pasaban las horas –y las consumiciones- los empujoncitos eran más intensos y menos disimulados. Al día siguiente me contaron que Rasta, y algun@s más, acabaron la noche bañándose en cueros en una piscina... con la visita de la Benemérita incluída a modo de fin de fiesta improvisado. Será cierto?


Rasta y su -ahora- ex-mujer Hannah en unas tórridas fotos para la Stab. Encontró Rasta a la sustituta de Hannah en el Cosmic?
No lo sé pues yo no estaba ahí… pero lo que sí es cierto es que al día siguiente Rasta no era el único varón que se paseaba con un pareo por la playa en el Cosmic. Lo dicho: triunfada total!

Estoooo... por cierto: alguien sabe dónde venden pareos por Donosti? :-)