lunes, 2 de abril de 2007

Dino's Left*



INTRODUCCIÓN
Pocas, muy pocas son las olas que toman el nombre de una persona. De las mundialmente famosas, solo me viene a la cabeza Velzyland, en el North Shore de Hawaii, a raíz de unos de sus pioneros: Dave Velzy. No conozco (lo que no quiere decir que no existan) ningún “Pedro’s Point”, ningún “Made’s reef” ni ningún “banc de sable d’Arnaud” por ejemplo. La mayoría de las olas adoptan el nombre de algún accidente geográfico, o de alguna localidad cercana. Incluso olas que fueron bautizadas por el primero que las surfeó, como es el caso de “Berberechos” en Lugo (por Tony Butt, que le dio el nombre del arrecife donde rompe), fueron luego rebautizadas (la “Machacona” en este caso) por terceros. Pues bien, conocí un surfista, que no fue pionero de nada excepto de sus propios sueños, ilusiones y decepciones y que, en cambio, dio nombre a una ola en Mozambique. Bienvenidos al relato (real) de mi encuentro con Dino y su izquierda.


PARTE 1: Maputo
Maputo es la capital de Mozambique y, en mi opinión, una de las ciudades más encantadoras del continente africano. Eso es así, en parte por su posición geográfica pero, sobretodo, por que los portugueses, cuando llegaron a tierras africanas hace siglos, se dedicaron a dejar la huella más profunda que uno pueda dejar en un país: el mestizaje.

Si algo me chocó cuando pisé Maputo por primera vez, no fueron sus avenidas espaciosas, ni la spectacular vista desde el Hotel Polana sobre la bahía, ni los nombres de sus avenidas y calles principales (muchos de ellas en honor de dirigentes africanos), si no algo que casi nunca había visto en el África subsahariana hasta entonces, y mucho menos en Sudáfrica: una gran proporción de gente mestiza, bares y terrazas en la calle y un ambiente de seducción omnipresente… muy al estilo caribeño.

Recuerdo que aquella primera vez, un mes Agosto de no hace tanto tiempo, estuve 4 días en Maputo: dos alojados en el encantador y lujoso Hotel Polana, gracias a una oferta que habíamos encontrado en Sudáfrica, y los otros dos en el no menos legendario Fatima’s, un hostal para “mochileros”. Fueron 4 días de mucha juerga, de mucho andar por la calle y de mezclarnos con la gente del país, algo que para Raúl y para mí, ambos residentes en Johannesburgo por aquél entonces, era un privilegio. Nos hartamos de camaroês, peixe y bolhos. Nos sentamos a tomar expressos a la italiana en las terrazas, mientras los ricos del lugar paseaban sus últimos modelos e iban a la caza de pareja (de una noche o de una vida, según el caso). Fuimos a un concierto en directo de una gran estrella local (de la que nunca habíamos oído hablar antes) y nos aburrimos bastante …hasta que nos largamos al Africa Café, al lado mismo del cine donde tocaba la estrella, y asistimos a un concierto de un grupito local que nos reconcilió con la música del país. Visitamos desde las discotecas más fashion hasta los burdeles más cutres (curiosamente, estaban uno al lado del otro). Vimos la “otra” globalización en su pleno apogeo: la que se dá cuando marineros coreanos, de un barco ucraniano acabado de llegar a puerto, buscan y encuentran a “señoritas de la noche” de padre chino, madre ruandesa y pasaporte congolés (o de Zimbabwe, o de Malawi, o de…). Y, finalmente, estuvimos a punto de ser detenidos por unos policía borrachos por no sé qué tontería, a las tantas de la madrugada y cuando nosotros tampoco andábamos muy finos, hasta que les dijimos que éramos de la Guardia Civil (que sabíamos estaba formando a los militares del país) y se cuadraron ante nosotros.

(El Hotel Polana, de Maputo)

En pocas palabras: batimos todos los records de imprudencias e hicimos todo lo que no debe hacerse, sin que nos pasara nunca nada de malo o desagradable. Y cada mañana, durante el desayuno, oíamos historias de robos, atracos y coacciones de los que habían sido víctimas gente que se alojaba con nosotros, y que había estado en los mismos lugares solamente unos pocos minutos antes o después que nosotros.

Tras cuatro días en ese plan, Raúl volvía a Johannesburgo y yo cogía un autobús hacia Inhambane, a unas 6 horas al norte de Maputo, para conocer de primera mano las olas que rompen cerca de aquella zona, y de las cuales me había hablado un conocido.


PARTE 2: Primer contacto
Las costas Este de todos los continentes, en ambos hemisferios, son las más desfavorecidas por las olas de nuestro planeta. Todas las depresiones van siempre de Oeste a Este, dejando más oleaje en la costa Oeste que en la Este. En el caso de Mozambique, además, la cosa empeora ya que hay una gran masa de tierra, la isla de Madagascar, que bloquea gran parte del oleaje que podría llegar del Este. Visto esto, solo quedan dos posibles direcciones de oleaje: Sur y Noreste (muy raro y fruto de ciclones). Por suerte, a estas latitudes, las depresiones que recorren los 40 rugientes son lo suficiente fuertes para mandar su oleaje hacia el Norte por el Canal de Mozambique, hasta la costa de este país.

Tras 8 horas de autobús (de las 6 teóricas) llegué a Inhmabane sintiendo todavía los efectos del desfase de los 4 días anteriores. Inhambane me encantó: un tercio portuguesa (la potencia colonizadora), un tercio africana y un tercio indio/musulmana. Un puertecito dentro de la bahía donde surcan el agua varios dhows heredados de los árabes, unas cuantas mezquitas al lado de edificios coloniales, colmados regentados por índios y esa misma sensación tan particular que me dan los sitios que han vivido épocas mejores, pero que saben que estos volverán pues todavía tienen mucho que ofrecer.

De ahí cogí un taxi colectivo, al que tuve que pagar dos plazas debido a mi tabla, rumbo al Este, a un pueblecito de la costa cerca del cual hay un par de points de derechas. Llegué pasado el mediodía y busqué alojamiento en un sitio del que me habían hablado. Bastante sencillo -por no decir muy sencillo-, pero en la misma playa y solo 3 personas más con las que compartir el dormitorio. De todas formas, la otra opción era un hotel más de lujo para submarinistas, y no me apetecía. Instalé la mosquitera, me enteré de como funcionaban las cosas (comidas, agua potable, etc…), cogí la tabla y me puse a andar rumbo al Sur, a buscar esas derechas.

La primera, una derecha bastante lenta sobre fondo de arena, no funcionaba pues no había suficiente mar. Seguí andando hacia el Sur. Luego llegué a un arrecife interminable donde rompía una izquierda rápida y hueca… pero no aquél día. La tercera en aparecer fue la derecha hueca, rápida y que rompe encima de un arrecife con poca agua, de la cual más me habían hablado. Aquí ya marcaban espumas, pero estaba insurfeable. Además, la brisa de la tarde le daba mal. Quince minutos más andando, y saludando a los pocos seres humanos que me encontraba bajo un sol tórrido de media tarde, y apareció ante mi vista una playa de 1km de largo, con un arrecife a cierta distancia de la orilla donde rompía una ola de 1 metro (o eso parecía), con mucha fuerza, rápida y ligeramente tocada por el viento. Nadie en el agua ni en la playa.

Si ya de por sí me resultaba descorcentante identificar picos que no había visto siquiera en fotos, que no salen en las guías ni en internet, y de los que solo sabía lo que alguien me contado (una breve descripción y los cuatro consejos sobre marea, tamaño, por donde entrar y salir, etc…) más desconcertante aún iba a ser entrar en el agua, en pleno Oceáno Índico, en una playa desierta, en una costa donde no hay surfistas en kilómetros a la redonda, para surfear una ola rápida, hueca, y de arrecife de la que nunca había oído hablar; sin saber si la marea era la correcta o no, sin referencias sobre el tamaño que podían tener esas series, ni si las quillas tocarían el fondo o no al girar… y con el peligro, muy real, de que merodease por allí algún tiburón tigre o Zambezi de los muchos que pululan por esa costa.

De ese primer baño no tengo recuerdos concretos… simplemente por que no entré al agua.
¿Quizá de no haber estado solo?
¿Quizá si hubiese sabido, como supe más adelante, que raramente se ven tiburones cerca de la orilla?
¿Quizá si hubiese sabido, como también supe más adelante, que ese arrecife se surfea y, excepto con la marea baja, el fondo no presenta ningún peligro?
¿Quizá si hubiese encontrado a otros surfistas por el camino, en el pueblo o donde estaba alojado?

Ahora, años más tarde, cuando lo pienso me arrepiento de no haber entrado al agua, por que esas olas que vi romper durante la hora y pico que me pasé contemplándolas (quizá esperando alguna señal que me convenciera de que no había peligro alguno), nunca ya las surfearé… pero tampoco estoy seguro de que si la misma oportunidad se presentase hoy, el desenlace vaya a ser diferente.


(No es la izquierda de Dino, pero está muy cerquita. Foto cortesía de ...internet.)

PARTE 3: Dino
La historia de Mozambique es muy triste: tuvo una de las guerras civiles más crueles del continente africano, agravada por la presencia de un vecino muy poderoso (África del Sur, por aquél entonces todavía bajo el regimen racista del apartheid), y que tenía muy claro cuál de los dos bandos quería que ganase. Después de muchos años sin guerra, el Gobierno elegido democráticamente consiente un grado de corrupción notable; la pobreza, el SIDA y la malaria matan a mucha gente cada día, y quedan muchas minas anti persona por desenterrar. Y sin embargo, es un país magnífico.

Tras esa primera derrota, con la moral un poco baja y medio deshidratado por no haber comido, el sol y la resaca, regresé hacia mi hostal, pero por un camino diferente: cortando por el interior y evitando dar los rodeos que había realizado a la ida para ubicar los diferentes picos. A medio camino me encontré con lo que quedaba de una casa quemada, pero no le presté mucha atención. Había otras construidas, o en diferentes grados de construcción. Esta zona de la costa recibe algo de turismo nacional, pero también de sudafricanos y zimbaweses blancos, aunque con la movida que Mugabe estaba montando en ese ultimo país, ya no quedaban muchos blancos allí con ganas de venir a pasar el verano a Mozambique. Me enteré de que todas esas casas eran ilegales, pues en Mozambique solo los mozambicanos pueden construir y el terreno nunca es de propiedad privada; pero la miseria es el mejor abono para que la corrupción florezca. Muchas de esas casas son residencias secundarias de sudafricanos relativamente adinerados que se dedican a alquilarlas. De todas formas, era temporada baja y estaban todas desocupadas …y tampoco es que hubiera muchas. Como no podia ser de otra manera, a menos de 500 metros de la costa, había varios poblados indígenas, en chozas de paja, sin agua corriente, ni luz, pero con mucha alegría y dignidad.

Tras cenar un buen peixe y untarme de repelente anti mosquitos, mis compañeros de dormitorio (un ingles y un alemán, no surfistas) me llevaron a tomar un copa al único bar (por llamarlo de alguna manera) de ese pueblo: el Dino’s Bar. Allí conocí a Dino: un mulato muy alto, de unos 30 y tantos años de edad, muy delgado, con el pelo rizado muy largo y que se notaba que había visto mundo y "tenía estudios". Su bar era un típico chiringuito playero, con muchos recuerdos varios, banderas y postales de lugares lejanos, objetos que el mar había dejado en la orilla y varias mandíbulas de tiburones… algunas lo suficientemente grandes como para resultar incómodas incluso con su simple visión. Dino y yo teníamos un conocido común: la persona que me había hablado de esas olas que yo no había podido surfear todavía. Un surfista sudafricano, temporalmente exhiliado en el Reino Unido, y profundamente enamorado de Mozambique en particular y de África en general.

Y fue así cuando, poco a poco, y mientras curaba mi resaca a base de cuba libres de ron local, Dino me fue contando detalles sobre su vida. De cómo, siendo hijo de una familia de Maputo relativamente adinerada, empezó a hacer surf cuando era adolescente, en viajes a Sudáfrica y luego por esta zona. De como tuvo una juventud fácil y peligrosa (según nuestro amigo común, Dino cayó en la peor de las tentaciones - de fácil acceso para un adoslescente adinerado en Maputo-) y eso le llevó por el mal camino, enganchándose a algo mucho más fuerte que el surf y que también corre por las venas. De como tuvo que buscar su refugio particular en esta costa, donde ahora tenía una mujer y un niño.

También me contó historias de tiburones. Por ejemplo, que cuando aparece un cadaver de ballena flotando a algunas millas mar adentro, aparecen decenas de tiburones, de todos los tamaños, devorándolo. Cuando esto ocurre, los de la escuela de submarinismo se llevan a los turistas con las zodiac para ver el espectáculo de cerca, y alguna zodiac ha tenido que volver a toda prisa al haber sido objeto del ataque de un tiburón con malas pulgas, y estar perdiendo aire poco a poco. De como en efecto, raramente hay tiburones en la orilla, ya que prefieren quedarse en los arrecifes más profundos, alejados de la costa. Pero también que, aquellas luces que se ven por la playa hacia el Norte, son de pescadores de tiburones, que lanzan unos sedales metálicos larguísimos con la marea baja, con algún pez fresco en un anzuelo enorme, para que la corriente fruto de la marea los lleve mar adentro donde algún tiburón siempre pica.

Y me habló de “sus” olas. Le brillaban los ojos al describirme el espectáculo de las dos derechas funcionar a la vez cuando entra una buena marejada del Sur/sureste, sobretodo la segunda, con fondo de roca. Me dijo que raramente hay más de 5 personas en el agua cuando eso sucede, pues normalmente ocurre en invierno (Mayo-Julio) que es la temporada baja. Y que alguna vez se ha encontrado con algún sudafricano que ha seguido la marejada desde Ciudad del Cabo, pasando por la Garden Route, Jeffreys Bay, la Wild Coast, las olas de agua caliente de Kwazulu-Natal y acabar en este trozo de costa. Que esa ola que yo había visto funcionar unas horas antes, es la que rompe más a menudo pues está más orientada al Sur, pero que es la menos buena y mejor no surfearla a marea baja. Que “su” izquierda (la izquierda del reef larguísmo) funciona sobretodo en verano, con mar del Noreste muy grande. O con mar del Sur pero con viento del Noreste. Y que él nunca le había dado ese nombre ya que, ni fue el primero en surfearla, ni es la ola que él surfeaba más a menudo. Simplemente le dieron ese nombre por que es la que estaba más cerca de su extinto “surf camp”, y la única que se veía desde las ventanas de este.

Del “surf camp” no quedaba más que esa casa quemada que yo había visto al volver de mi excursion unas horas antes. Se quemó al poco de abrirlo, una noche cuando no había nadie en él, y sin que nadie sepa qué originó el fuego. Quizá por que estaba relativamente cerca de unas cuevas que, en los días de la guerra civil, sirvieron de refugio para armas y personas, y que aún se seguían utilizando. Ahora ya apenas surfeaba pues tenía otras cosas en la cabeza, responsabilidades familiares y muchos “negocios” varios que le obligaban a moverse y viajar constantemente.


EPILOGO
El resto de mi semana allí, hasta mi regreso a Johannebsurgo vía Maputo, fue apacible. Tardé otras 24 horas en recuperarme de la resaca producida por la “conversación” con Dino. Tuve algunos baños decentes, sobretodo en el point de arena y también en ese pico que ví el primer día, pero parecía más pequeña y más lenta. Vaya, que ahora que tenía más información al respecto, la ola me parecía mucho más fácil y asequible. Surfée con tortugas y nadie más. Ni tiburones ni otros surfistas. No vi funcionar el point de derechas con fondo de roca, ni tampoco la izquierda Dino. Me dediqué a surfear, leer, hablar con los locales y a interminables excursiones a pié.

Una tarde, en una playa desierta, me encontré con un padre y su hijo serrando un tronco de árbol enorme, caído de algún carguero, y que el oleaje había traído hasta esa playa como si de una ofrenda se tratase. Era tan grande, y su sierra tan rudimentaria, que solo conseguían serrar una “plancha” tras un día entero de sol a sol. Pero al día siguiente volvían y así hasta el final pues, para ellos, tener madera de esa calidad y gratis era un lujo.

Varias noches volví al Dino’s Bar y pregunté por él a la camarera (una chica africana preciosa). Ella, a pesar de que yo le preguntaba en mi portugués rudimentario (fruto de unos cuantos viajes al Algarve) siempre me contestaba lo mismo y en inglés: “Dino’s left”*.

Niegà, El Masnou, 2006



(la camarera del Dino's Bar)

Nota del autor: Si hay un libro recomendable para entender lo que fue la guerra civil en Mozambique y los primeros años de la democracia, hasta un pasado muy reciente, este es “Carlos Cardoso – telling the truth in Mozambique”, de Paul Fauvet y Marcelo Mosse (2003 Double Storey Books). La biografía post mortem de Carlos Cardoso, un periodista mozambicano que murió recientemente en cincunstancias muy sospechosas.


* Aparte del nombre de la ola, en inglés “Dino’s left” es también la abreviación de “Dino has left”, y significa “Dino se ha marchado”.

No hay comentarios: