sábado, 5 de mayo de 2007

Una tabla en el país de los niños de la guerra


Monrovia, Liberia, Octubre de 1998. La guerra civil terminó, oficialmente, hace unos 18 meses, pero por la noche todavía se oyen disparos por las calles de Monrovia. De vez en cuando, un grupo de casas son víctimas de algún grupo armado, lo que todavía añade inseguridad y confusión en la vida de los refugiados, la mayoría del interior del país, que ocupan los edificios abandonados. La ciudad está llena de controles militares, algunos en manos del ejército nacional y otros en manos de las fuerzas del ECOMOG (las fuerzas de paz del África del Oeste). No hay agua corriente, ni luz y muy poco de que alimentarse en los mercados, pero por la calle todo son sonrisas. Los edificios están tan destrozados que me vienen a la cabeza imágenes de Sarajevo durante la guerra de los Balcanes, debido a su similitud... excepto que hace mucho calor y la humedad es cercana al 100%.

Estoy aquí en viaje de negocios, ayudando a una empresa europea que va detrás de una concesión forestal. El país está en ruinas después de 7 años de guerra civil y, por lo tanto, con necesidad imperiosa de divisas extranjeras; y las empresas explotadoras de maderas tropicales lo saben y, como buenos carroñeros, se aprovechan. No me gusta mi trabajo en esta ocasión, pero soy un mandado y no tengo otra opción. Con un poco de suerte, la empresa a la que estoy ayudando no conseguirá la concesión; eso únicamente servirá para que yo tenga la conciencia más tranquila, pues será otra empresa la que lo consiga. Pero al menos yo no habré sido parte de ello.

Estamos alojados cerca del mar, en el Mamba Point Hotel, al ladito de la embajada yanki. Cada mañana he bajado hasta la playa (sólo tengo que cruzar una calle), para mirar las olas de cerca. Vista desde la playa, la ciudad, que se extiende a lo largo del Cabo Mesurado, casi parece atractiva, ya que los detalles de su miseria y ruinas se pierden en la distancia. La playa está llena de plásticos y alquitrán, pero no se puede esperar que la gente tenga conciencia medio ambiental cuando apenas tiene para comer. Y las olas no paran de romper. De hecho, no han parado desde que llegamos de Abidjan, hace 6 días. Desde un metro pasado hasta los dos metros, sin viento y perfectas cada mañana, rompiendo de manera rápida sobre un fondo mixto de arena y rocas. Esta tiene que ser una de las costas del mundo más consistentes en términos de marejada, ya que, en dirección Sur, no hay ninguna masa de tierra hasta el continente antártico. Este es también uno de los primeros lugares donde Naughton y Peterson surfearon en África del Oeste, a mediados de los 70. No tengo ninguna tabla, razón por la cuál no he podido surfear, pero eso hubiera podido ser diferente de haber conocido a Don Álvaro antes.

Don Álvaro tiene unos 70 años de edad y está casi ciego. Llegó a Liberia, desde España, en los años 60, para trabajar en una empresa de reparación de buques. Hasta hace pocos años, Liberia era uno de esos países donde las grandes compañías navieras registraban sus buques mercantes más viejos, y en peor estado, para no tener que pasar los controles que los países occidentales imponen. Muchas empresas auxiliares de la industria naviera abrieron sucursales en Liberia, para dar servicio y mantenimiento a estos barcos. Desde entonces que Don Álvaro no ha regresado, quedándose en Monrovia incluso durante los peores años de la guerra civil. Un día, hace ya muchos años, uno de sus hijos volvió de vacaciones de la costa cantábrica española con una tabla de surf. El hijo abandonó el país hace tiempo, pero la tabla todavía está intacta en casa de Don Álvaro. Es una tabla vieja, single fin y cola redonda, de unos 7 piés, fabricada por Jerónimo, un shaper de la costa cantábrica de los años 70. Esta tabla no ha surcado el mar desde hace más de 15 años, pero tampoco creo que mucha gente haya surfeado en Liberia en los últimos 15 años. Estamos bebiendo una cerveza en casa de Don Álvaro, mientras le escuchamos contar historias del pasado. De hecho, estamos pasando el tiempo hasta que sea la hora de coger un avión de vuelta a Abidjan, con el beneplácito de la Weassua (líneas aéreas locales).

De pronto se me ocurre que, a pesar de la pobreza, miseria y poco encanto de la ciudad; a pesar de que estoy harto de oír historias sobre las atrocidades cometidas durante la guerra civil; a pesar de todo lo que odio esta ciudad y este país por que me han hecho descubrir el lado más oscuro y atroz de la naturaleza humana, cual un personaje conradiano más de El Corazón de las Tinieblas. Pues a pesar de todo eso, no me importaría poder quedarme un día más en Monrovia para surfear. No es que haya transcurrido mucho tiempo desde mi último baño, y también sé que muy pronto estaré en el agua una vez vuelva a mi rutina de Abidjan; pero ahora mismo lo daría (casi) todo para poder coger este single fin e ir a Robersport, a unos 100 kms. al noroeste de Monrovia, donde rompen unas izquierdas buenas, largas y nobles, y surfear en el mismo lugar donde Naughton y Peterson lo hicieron. O, sencillamente, bajar a la playa delante de mi hotel, pasar delante de los niños que juegan a fútbol (intentado imitar a George Weah, el ídolo nacional y futuro candidato a la presidencia del país en el 2006) y enseñarles algo nuevo, algo que seguramente ni tan solo sabían que existiese. Estos niños, muy probablemente han sido, y han participado de forma activa, en muchas de las historias horribles de la guerra, puesto que sospecho que muchos de ellos eran “niños de la guerra”. Niños sin padres (o, en muchos casos, secuestrados), que las diferentes facciones armadas utilizaban para sus misiones más arriesgadas y crueles, y que controlaban dosificándoles las dosis de droga a las que les habían convertido en adictos.
Pero no podrá ser, ya que me voy en breve. Sin embargo, la próxima vez que vaya a Liberia ya sé donde encontrar una tabla de surf.

Niegà

P.S.: Para ver fotos de surf de Liberia de los años 70, visitad esta página web de Tito Rosemberg:
www.titorosemberg.com. Tito es un periodista y surfista brasileño que viajó en un Land Rover, solo, por África del Oeste, durante los 70. Tropezó con los californianos Naughton y Peterson en el Sáhara, cuando estos estaban a punto de morir de sed y de hambre, y estuvieron viajando juntos durante varios años posteriormente. Yo me conformaría con vivir solamente un 10% de las aventuras que estas 3 leyendas de la exploración del surf han vivido. Tito Rosemberg, a día de hoy, vive en Brasil y sigue surfeando todo lo que puede, sobretodo donde hay poca gente.


(Llevo un par de meses viendo reportajes del surftrip a Liberia de Dan Malloy en varias revistas -Surfing, Surfer's Journal, Surfer's Path, Carve, Surf Session y creo también recordar en Tres60-. Eso me ha dado ganas de recuperar este texto que escribí en su día, y que ya colgué en una web de surf catalana y también salió publicado en The Lonely Mind. El dibujo es del pueblo de N'Gor, en Senegal, visto desde una playa de la isla del mismo nombre. Realizado un día sin olas, durante mi viaje allí en el 2004. Cuando estuve en Liberia no dibujé nada).

1 comentario:

Anónimo dijo...

RECUERDO EL DIBUJO... YO TAMBIÉN ESTUVE Y TAMBIÉN DISFRUTÉ DE N'GOR.

BENDITOS PLACER EL PASEO REMADNO DESDE EL PUEBLO HASTA EL PICO.

PARA CUANDO AFRICA OTRA VEZ?

ME ACOMPAÑARÁS ESTA VEZ?

caracant