martes, 31 de julio de 2007

Tablas malditas (que no... ¡malditas tablas!)

Tengo amigos cuyas tablas les duran pocos baños antes de que empiecen a sufrir golpes varios y necesiten ser reparadas. Pero eso les pasa con todas las tablas que han tenido hasta ahora, sin diferencia, y lo más probable es que así siga siendo. Yo en cambio suele ser al contrario. Las tablas acostumbran a esperar varios baños antes de tener algún “toque” de cierta importancia, y muchas veces las he vendido sin que hayan tenido que sufrir ninguna reparación. Pero de vez en cuando tengo lo que yo llamo “una tabla maldita”.

Son tablas que parecen atraer la mala suerte. Las otras tablas se sienten atraídas hacia ella y no pueden evitar golpear (y herir) la mía.

La primera “tabla maldita” que tuve fue esta:


Aquí en uno de sus primeros baños, en Liencres. Foto de Pilar.

Era un fish twin fin 6’3’’, muy “retro”, de Channel Islands. Lo encargué y tardaron mucho en hacérmela por un problema de foams. Cuando estuvo lista (mediados del 2004), se habían equivocado en el color y tenía alguna burbuja, pero había esperado tanto que… me la quedé. Era la primera vez que surfeaba una tabla tan corta para mí (yo mido 1m92, o sea 6’3’’) y encima en twin fin, pero la velocidad que me daba era muy excitante y rápidamente superé el periodo de adaptación.

Pero esa tabla había nacido con una maldición. Esas Navidades me la llevé a Marruecos, para probarla en esos points de derechas que tanto me habían enamorado las dos Navidades anteriores. A pesar de haberla embalado con todo el cuidado del mundo pues tenía quillas fijas (FCS todavía no había sacado un modelo twin fin retro), al llegar a Casablanca comprobé su estado y los de Iberia habían cumplido otra vez con su misión de joder las vacaciones a alguien; y esta vez era a mí. Por suerte en Taghazout pude arreglarla y, además, me había llevado otra por si acaso.

Una vez reparada tuve baños muy buenos con ella, especialmente en Mysteries y La Source. Tras dos semanas en “el moro” un día entré con un amigo, que acababa de llegar de Fuerteventura, en Killer Point. Había un metrazo muy bueno, limpio y relativamente poca gente, y el fish funcionó de maravilla. Fue el mejor baño de ese viaje… y el último!!

Al salir del agua, casi en la orilla y cuando iba surfeando una mini ola estirado encima del fish, de pronto apareció una roca justo delante de la punta del nose. El impacto fue brutal y hizo que la tabla se diera la vuelta. Con la inercia, una de las quillas se clavó en mi muslo derecha hasta el punto de arrancarse de cuajo. Por suerte llevaba traje largo. Viendo que este estaba entero (una vez a rastras en la playa), pensé que sólo había sido el golpe. Pero al quitarme el neopreno vi que no; que había mucho más. Fueron seis puntos de sutura, un muslo hinchado como un melón y muletas durante mi última semana en Marruecos. Eso y una cicatriz de por vida en la que se puede apreciar el boquete y el trozo de masa muscular perdida. Doy gracias a Allah que eso me pasó llevando traje. El neopreno entró en mi carne evitando que el borde afilado de la quilla hiciera un estropicio mayor. A día de hoy sigo teniendo ese traje.


Esperando para ir al médico. Foto gentileza de Mark Crowdy, productor y guionista de la peli Amazing Grace (El jardín de la alegría) y un muy buen surfista.

Con una quilla perdida, a mi regreso a Barcelona busqué qué sistema de quillas había en el mercado que ofreciera un modelo de quillas retro twin y encontré las Lokbox. Averigüé que los del taller francés UWL instalaban quillas y cajetines de esa marca y les envié la tabla para que instalaran un juego en el fish. Al cabo de unos días me llamaron para decirme que esa tabla tenía un problema de laminado y que se estaba deslaminando lentamente (algo que también me había advertido el chico que me arregló el “trabajito” gentileza de Iberia). A pesar de eso, hicieron una reparación estupenda y seguí surfeando esa tabla varios meses más.


La tabla en el taller de UWL con las quillas y cajetines Lokbox.

Pero a medida que se sucedían los baños, el deslaminado se hacía más aparente. Al final opté por encargar una réplica de la misma a mi buen amigo Didac, de Montjuich Surfboards.


Foto de la réplica realizada por Didac.

¿Y que pasó con esa Channel Islands? Pues que Didac, en un alarde de reciclaje que ni los de Patagonia, las deslaminó totalmente y reshapeó el foam haciendo con él un single fin stinger al más puro estilo de los de Ben Aipa en los 70 para nuestra amiga Steph. Steph la sigue teniendo y utilizando y, que yo sepa, de momento no ha tenido ningún accidente ni toque importante.

Hace un par de meses como mucho me llegó la tabla que había encargado: Una …Lost de Brian Bulkley, 6’6’’ quad, con el outline, rocker y demás totalmente modernos. Una preciosidad… excepto que en 12 baños, ya se ha llevado dos toques de importancia (un corte limpio desde el canto hasta el “alma” de madera y otro toque muy fuerte que me destrozó 10 cms. del canto de la tabla). Ambos en Zarautz y en manos de tablas de novatos que se han visto irresistiblemente atraídas hacia ella. ¿Me encuentro ante otra tabla maldita?
No sé, pero ya estoy pensando en deshacerme de ella.

martes, 24 de julio de 2007

Smiling Surfing India

En mi última entrada hablaba de Paulo Díaz y de un proyecto que tiene con un conjunto de amigos. Ayer, por fin, Paulo me contó el proyecto y la verdad, es que me parece genial. Se llama Smiling Surfing India y podéis acceder a su web pinchando aquí.



La verdad es que últimamente muchos son los Pros que se involucran en algunas causas solidarias, el último que conozco es el de Joel Parkinson montando una escuela de surf en Tahiti para chavales de ahí. Por eso tiene todavía más mérito que sea gente normal, que no cobra por surfear y pasarse el día en la playa quejándose de los jueces o de lo malas que son las olas, si no que tienen curros, horarios, vida social, etc. y que decidan "sacrificar" sus vacaciones para ayudar a otros. No dejéis de visitar la web de Smiling Surfing India y de echarles una mano si podéis. Si alguien puede llevar a cabo una empresa como esta, sin duda son Paulo, Axel, Ion y demás.

domingo, 22 de julio de 2007

Y la respuesta correcta es...

A ver… por donde empezar… Ah, sí!! Se ha acabado el WCT de Jeffrey’s y ha ganado Taj delante de Slater. Mick Fanning, la gran esperanza australiana para este año, se ha quedado en semis, por lo que sigue de líder del circuito, ya que este ha sido su peor resultado en lo que llevamos de año. Taj, en cambio, ya ha ganado dos pruebas este 2007.

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La verdad es que, no sé vosotros, pero ver mangas el WCT se está convirtiendo en algo bastante aburrido y, por que no reconocerlo, hasta me pone enfermo. Con lo de que sólo computan las dos mejores de cada surfista, se pasan largos ratos esperando que llegue la ola con el potencial para sacar la nota que necesitan… y mientras tanto dejan pasar multitud de olas. Leí algún rumor de que pensaban hacer algo al respecto. Así a bote pronto, se me ocurre poner alguna regla que diga algo como que a pesar de que computarán las dos puntuaciones más altas de cada surfista, cada uno de ellos tiene la obligación de coger un mínimo de 8 olas, o de 10 olas, o algo así. Aunque las olas no sean tan buenas, me lo he pasado mejor viendo algunas mangas de rondas inferiores de un WQS (con cuatro en el agua) que en muchos WCT. Y estar sentado delante de la pantalla viendo como los dos pros de turno dejan pasar olas perfectas de 1m. en Jeffreys porque “no tiene el potencial para sacar la puntuación que necesita”… pues sí, me pone enfermo de envidia. ¡¡¡Con lo “caro” que está pillar una ola en Jeffreys!!!

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Ya he vuelto del fin de semana en Las Landas. Sí, ya sé, como todo el mundo me ha recordado esta semana, el fin de semana durante el que había que estar en las Landas era el pasado, no este. Pero es que el pasado un servidor estaba por el Cabo de Ajo, asistiendo a un campeonato de la marca el Sábado y de surf libre el Domingo. Bueno, eso de libre con el matiz de ciertos locales de una playita situada entre Pedreña y Berria (y no, no es la que tiene nombre de hortaliza), que me miraron con muy malos modos cuando llegué a una playa que ellos deben considerar “secret spot”. Tan “secret” que se ve desde la playa de al lado (muy popular). Pues nada, que visto el recibimiento esperé a que la marea subiera un poco y la mayoría de ellos salieran para pegarme un bañito. Aunque claro, perdí el punto de marea óptimo…

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Claro, que el fin de semana pasado donde seguro que no hubiera estado es en La Gravière, vista la excelente foto de Pacotwo en su blog. Paulo Díaz es muy buen surfista y si él te dice que estaba fuerte y difícil de bajar, me lo creo. Me lo creo y me largo a alguna playita más al Norte de Le Penon, donde los bancos de arena no son tan radicales y las olas un poco más fáciles. Además de buen surfista, Paulo y un grupo de amigos tienen un proyecto entre manos que dice mucho de su espíritu solidario y altruista y que, según tengo entendido, no tardaremos mucho en conocer. Bien por ellos.
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Pues esto, este fin de semana estaba tan pequeño que hemos decidido cortar la agonía y el Sábado por la tarde hemos vuelto a casita. Hoy para mojarnos hemos tenido que alquilar un par de tablones, porque las olas no daban ni para el fish. Y hablando de alquilar tablas, quizá a cierto surfista local de Zarautz que va a Bali este verano (y que es asiduo lector de este humilde blog y muy buen surfista), le interesará saber que igual no necesita llevarse sus tupperwares (algún defecto tenía que tener el chaval). Los centros de alquiler de Tupperwares están creciendo, y no solo hay uno en Fuerteventura y otro en la Gold Coast, si no también en Bali. Alguna ventaja debía tener ser asiduo a las tablas de plástico, ¿no?.
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Este finde he devorado un ejemplar de la revista Tracks que ha caído en mis manos. Este:


Cuando estuve en Australia (1996-7) Tracks todavía se editaba en papel y formato de periódico. Era una revista para leer, no para mirar, y su sentido del humor, su compromiso y sus artículos la hacía no solo única, si no para mí la mejor. Hoy en día quedan muy pocas revistas que cuiden los textos y la línea editorial. Lo visual ha devorado lo escrito. Creo que es una lástima, y la única explicación debe ser que la mayoría de surfistas no quieren leer, si no ver fotos. Por suerte todavía quedan revistas originales y para lectores: The Surfer’s Journal, The Surfer’s Path y en menor medida (sobretodo si la comparamos con su época en formato de periódico) Tracks. Otra revista original, muy antigua, objeto de culto en Australia pero muy desconocida fuera de ahí es Surfing World. Hace un rato me he suscrito a la Tracks y, si los señores de Surfing World aceptan otra forma de pago que no sea por cheque, pronto lo haré también a esta. Así estaré suscrito a las cuatro y, espero, no sólo no me perderé ningún número, si no que apoyaré a las revistas que cuidan los textos y tienen una línea editorial clara y decidida, en contraposición a las que simplemente encargan reportajes a algunos fotógrafos y van publicando lo mejor de lo que les llega cada número. ¿Digo nombres o ya habéis adivinado a cuáles me refiero?

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Vale, ya cambio de tercio.
Este número de Tracks iba sobre el medio ambiente y la verdad es que tenía cosas bastante interesantes. Para empezar reconocen (y ojo al dato, pues es muy difícil que un Australiano critique a su país, pero todavía más que lo haga la Tracks) que Australia es el único país desarrollado que todavía no ha suscrito el protocolo de Kyoto (junto con los U.S.A.). Y que es uno de los países que emite el mayor volumen de gases causantes del efecto invernadero per capita del mundo.
También hablan de la que fue mi playa de adopción durante 8 semanas allá por el 1996. Se llama Smith’s Beach y está cerca de Yallingup, el pueblo de Jake Patterson y Taj Burrow, en West Oz. Fue al aterrizar en Perth tras 2 meses por Indo, y Paul Gray, un excelente surfista de ahí que había conocido cuando él estaba en BCN, me buscó alojamiento en el Canal Rocks Caravan Park, que da a esa playa. Con mi novia de entonces estuvimos 8 semanas alojados en una caravana que ya no era móvil, a escasos metros de la playa y disfrutando como enanos de la naturaleza. Me acuerdo que la misma tarde que llegamos, Paul nos dijo de acompañarle a pescar unos abalones por ahí cerca. Estando sumergidos bajo el agua oíamos los cantos de un grupo de delfines que merodeaba por ahí. Tras 8 semanas, y una vez compramos un Ford Falcon Station Wagon, dejamos West Oz para conducir hasta Sydney. Pero esta es otra historia. En Smith’s Beach no había muchas olas que valieran la pena, excepto Smith’s Reef: una derechita muy hueca, tipo The Box pero en más pequeño y más suave, e igual de corta. Una ola para la media docena de asiduos del lugar, sin pretensiones. Un surfista local incluso era apodado “the mayor” (el alcalde) por que era el que mejor dominaba ese tubito.

Pues resulta que Smith’s Beach, que era un paraíso de naturaleza y tranquilidad (cuántas veces, al salir de la caravana por la noche para ir hasta el lavabo, no nos habíamos asustado al encontrarnos canguros merodeando por todo el camping) ha estado a punto de convertirse en el hogar de un centro residencial con chalets adosados, piscinas y demás. Y han sido los locales los que han conseguido salvar ese proyecto. Más info aquí.

Otro par de links que salen en la revista y que igual os pueden interesar (uno y dos), especialmente el segundo, que es para un estudio para calcular el valor económico de las playas y el surf. Yo ya ha rellenado el cuestionario.

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Y por fin, la respuesta sobre cuál es el verdadero nombre de Pink Lady (ver post anterior), pues ...no lo sé. Es decir, no lo sé con exactitud; pero se encuentra muy cerquita de Durban, dirección Sur, más allá del Bluff y Cave Rock: ¿Kelso? ¿Happy Wanderers? ¿Green Point…? Por esa zona, entre Warner Beach y St. Mikes. Es una de las muchas joyas semi-desconocidas de Sudáfrica, que tiene una costa llena de olas de tal calidad que si se encontrasen en la cornisa Cantábrica estarían entre las 3 mejores de Europa, pero que viven a la sombra de Jeffreys Bay. Teniendo en cuenta que os hice la pregunta en pleno WCT de Jeffreys Bay, me ha sorprendido que a nadie se le ocurriera decir Sudáfrica. Pues nada: una sidra para Pacotwo y la otra para un servidor.

martes, 17 de julio de 2007

2 manzanas

Son las que me han mandado dos buenos amigos, de sitios distintos. Son de esos amigos que siempre se acuerdan de uno cuando están pillando olas perfectas en algún lugar mágico, y saben que un servidor está sentado en la oficina y pillando medio metritos. :-(

Mi abuela (francesa) dice que “chaque jour une pomme fait son homme”.
Mi novia (escocesa) dice que “an apple a day keeps the doctor away”.

Así pues, aquí os dejo estas dos manzanitas: una Pink Lady y una Cox’s Pippin. Quien adivine el nombre de las olas o, como mínimo, su localización más o menos correcta, que se tome un par de sidras a mi salud. Por que al fin y al cabo, la sidra está hecha a base de manzanas ¿no?

Pink Lady bien madurita. Dulce pero con un toque ácido.


Con ese color solo puede tratarse de una Cox's Pippin; no cabe duda.

Por razones de trabajo esta semana no estaré mucho por el ciberespacio, o sea que tenéis tiempo hasta finales de la misma. Cuando regrese nombraré al (los) acertante (-s) y repartiré la sidra.

jueves, 12 de julio de 2007

Jihad Kohdr

Jihad noun To strive (in the way of Allah). To make an extraordinary effort. To fight in a process of inner struggle, to win. Supreme effort, struggle. Holy war.

En la mili tuve un compañero cuyo primer apellido era de origen alemán y (casi) impronunciable. Nuestros mandos decían que era un “tipo problemático” por esa razón, por su apellido. Jihad Kohdr es de nacionalidad brasileña pero de padres que emigraron del Líbano. Siempre ha residido en las cálidas playas de Matinhos, en el estado de Paraná, y aunque profesa la fe musulmana es muy moderado en su práctica y creencias: tiene novia, no siempre reza 5 veces al día, sale con amigos y reconoce que a veces se emborracha. Y debido a su nombre, también es un “tipo problemático”.


Jihad en la mezquita de su pueblo en Brasil. Foto sacada de la revista Huck.
Da la casualidad que Jihad Kohdr ganó el WQS de Durban (6 estrellas) la semana pasada, y es el actual número 3 del ranking del WQS, con 9.313 puntos y muchas posibilidades de acabar en el top 16. En el 2005 acabó el año en el puesto 17 del WQS y se quedó, por un solo puesto, a las puertas del WCT. En el 2006 ganó el circuito brasileño de surf, llegando a la final en 4 de las 5 etapas. Todo eso lo ha conseguido después de que se le prohibiera la entrada en los U.S.A. en el 2006; y que en el 2003, dos años después del atentado de las torres gemelas, fuera retenido e interrogado en el aeropuerto de Washington D.C. durante más de ocho horas. Y únicamente por que uno de los varios significados que su nombre tiene es “Guerra Santa”. Uno de los varios.


Jihad durante el WQS de Durban de la semana pasada. Los yankis no quieren que haga giros así en Trestles.
Ahora que hemos visto y comentado que el Rey Slater ha decidido aprovechar su posición de mega-estrella mediática para denunciar la situación de las cárceles iraquíes en manos de soldados americanos, reproduciendo carteles-denuncia en su tabla, aquí hay otra buena causa para el Rey. Si Jihad acaba clasificándose para el WCT el año próximo, va a tenerlo muy difícil para competir en las 2 pruebas en suelo americano: Trestles –(California) y Pipeline (Hawai). Y teniendo en cuenta que en el WCT -a diferencia del WQS- hay pocas pruebas, Jihad lo va a tener muy difícil para mantenerse en el mismo si no le dejan participar en estas dos. ¿Quizá el Rey Slater le puede echar una mano y poner la foto de Jihad en su tabla, para que los de emigración U.S. le dejen entrar a competir?

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Por cierto, ya ha empezado el WCT de Jeffrey’s Bay. Y en los triales no estaba Jordy Smith (que el año pasado llegó a semis en el Open después de ganar los trials), y eso que el evento está patrocinado por Billabong. Parece ser que Billabong no le ha podido ofrecer a Jordy lo que este pedía para renovar su contrato. Y mucho menos igualar la oferta que otras marcas le han hecho. Se rumorea que Quiksilver y Nike están detrás de Jordy. ¿A ver quien se lo lleva? La verdad es que esto se parece cada vez más al fútbol.

lunes, 9 de julio de 2007

Onkel Franz

Costa de Namibia; año 6 antes del parto de Angelina Jolie

I.
La tarde era gris y fría. O eso parecía desde dentro el coche. En realidad la temperatura avecinaba los veinte grados, pero la bruma que cubría toda la costa y el mar producía una sensación visual de frío, muy inferior a la temperatura real. La carretera era… aburrida. Y peligrosa. Resbaladiza por que la superficie que la recubría era una mezcla de asfalto y de sal. A la derecha dunas. Pero no dunas bonitas y amarillentas como las del Sahara. Ni tampoco altas, majestuosas y rojizas como las de Sossusvlei, en el Namib. Eran dunas grises, de escasa vegetación y bajas. Sin ningún tipo de duda ocuparían los escalafones más bajos en el Ranking de Dunas del Mundo; si es que tal ranking existía. A la derecha, a ratos, el mar. El Océano Atlántico Sur. Una masa de agua enorme, fría, gris y en continuo movimiento. Y sin embargo rica en nutrientes, en pescado y con fuerte acento gallego a juzgar por la enorme flota de barcos pesqueros que Pescanova tenía en el cercano puerto de Walvis Bay. El continuo – y tedioso- runrún del City Golf de alquiler era la única cosa concreta en ese trayecto a través de la bruma costera. Bueno, eso y el codillo.

La mañana había transcurrido de forma agradable, paseando por las calles de Swakopmund. Baden-Baden en el suroeste africano. Casas alemanas. Comida alemana. Música alemana. Banderas alemanas. Cerveza alemana. Pero no como en las Baleares o las Canarias; en Namibia se estila la Alemania de los años 80. De 1885 para ser más exactos. De cuando la Conferencia de Berlín, con Bismarck a la cabeza de un ejército de políticos y geógrafos europeos (de esa Europa que acababa en los Pirineos), que se dedicaron a repartirse territorios africanos a base de coordenadas; sin tener en cuenta a quién juntaban ni a quién separaban dentro de estas formas geográficas. Formas geográficas que cuadraban perfectamente en el mapa de la mesa de Otto y compañía, pero que carecían de sentido para los millones de vidas humanas que estaban en su interior. Estos paseos por la playas y el centro de Swakopmund habían logrado que nos recuperásemos un poco de los abusos de la noche anterior. La chica de la tienda con la que habíamos hablado la tarde anterior había sido muy convincente, y habíamos acabado saliendo a la noche. Y esa mezcla de juerga africano-germana había pasado factura. Más que la juerga, lo que nos había aniquilado era el Strohrhum.

“Nunca más”

Luego, y tras comprobar que el mar ya estaba subiendo, nada mejor para la resaca que ir a comer un buen codillo en un restaurante… como no, alemán. La tarde no había empezado bien. Quizá sin resaca y sin codillo hubiera ido mucho mejor. Pero en esas circunstancias, subirse a una avioneta de 5 pasajeros para hacer un tour aéreo de la Skeleton Coast no era una idea muy brillante. Cuando llegamos al aeródromo y reconocimos al piloto, un alemán al que habíamos visto por última vez durmiendo abrazado a una botella a las cinco de la madrugada anterior en la discoteca, estuvimos a punto de echarnos atrás. Pero ya habíamos pagado. Me consolé pensando que, en caso de morir, iba a hacerlo con el estómago lleno de suculento codillo. Pero no, mejor nos hubiera ido con el estómago vacío; nuestro querido piloto estaba de buen humor y le apeteció demostrar su pericia a los mandos de la avioneta a base de piruetas … con nosotros a bordo. Y con el codillo a medio digerir a todos nos entró un mareo de espanto a cada curva, bajada y subida que la avioneta realizaba. De todas formas, la visión aérea de ese trozo de costa tan desolado había sido magnífica. Y los esqueletos de los barcos naufragados años atrás y que ahora, ante el incesante descenso del nivel del mar, se encontraban a centenares de metros de la orilla, en medio de la arena y cercados por las dunas, no podían ser un mejor símbolo de este litoral.

“Si no te engulle el mar, lo hará la arena”

Una vez en tierra de nuevo los otros cuatro se fueron hacia Windhoek, la capital, para coger un avión de regreso a Sudáfrica. Yo, en cambio, alquilé el City Golf y me puse en ruta con mi tabla, el saco de dormir, agua, algo de comida, el traje, una linterna, un abrelatas… y el codillo todavía dando vueltas por mi estómago. Ah, y también las instrucciones que Rod Brady me había dado por e-mail días antes. Mi objetivo era claro y conciso: conducir hasta Cape Cross, dormir entre las dunas y surfear sus izquierdas kilométricas por la mañana. Luego conducir hasta Windhoek y volar hacia Jozie. Los partes daban que el mar iba a subir un poco y los vientos seguían flojos y del Sur. Y lo más importante: parecía que Onkel Franz llevaba días sin dispararle a nadie.



Cape Cross. Los puntos de la punta del cabo son focas. Si haces click encima lo verás con mayor detalle.
II.
Por fin Cape Cross, donde se encuentra una de las mayores reservas del mundo de focas: la Cape Cross Seal Reserve. Es un cabo que presenta dos particularidades: por un lado tiene una reserva de focas espectacular (hasta 250.000 animales según los año) que habitan en el mismo cabo; y por otra, en su lado Norte, rompe una izquierda larguísima, protegida de los vientos dominantes de componente Sur. La izquierda consta de 3 secciones. La primera de todas, que rompe en la misma punta del cabo, es casi insurfeable por que se encuentra justo donde las focas (con machos que pueden llegan a los 350kgs de peso) entran y salen del agua. La segunda sección también está infestada de focas y de algas enormes, aunque es surfeada relativamente a menudo. La tercera sección es la más cercana a la playa y raramente recibe la visita de focas, aunque necesita que haya algo de mar para romper. Quién dice focas dice olor a foca. Y cuando no hay 2 o 3 si no 200.000 focas, el olor es… importante. Justo al lado de la explanada donde están las focas, hay una caseta con guardas. Y más hacia al Norte, donde el cabo deja de ser tal para convertirse otra vez en la larga línea del litoral Namibia, hay una antigua fábrica medio abandonada. Ahí reside, a temporadas, Onkel Franz.

Aparqué (no había ningún otro coche) y anduve hacia la pequeña pared que separa las focas del resto del cabo. Tuve que usar mi camiseta para taparme la nariz, pues el olor era muy insoportable. Focas, focas y más focas. Machos enormes de 200 y pico kilos copulando con hembras de apenas 70 kg. Crías de foca siendo aplastadas por otras focas. Cadáveres y huesos por todas partes. Al llegar a la pared (de apenas 1 metro de altura) la foca macho más cercana se incorporó, me miró con su ojo vidrioso y emitió un ruido ronco pero muy fuerte. No supe si quería espantarme o simplemente alertaba a las demás focas de mi presencia, pues no había ningún otro ser humano a la vista.



Observar la puesta de sol tras una nube de focas puede tener su gracia… pero yo sinceramente no la encontré, y menos con ese olor.

Aproveché la poca luz que quedaba para conducir el lado Norte del Cabo, donde se encuentra la tercera sección. Ya empezaba a romper. Largas líneas de agua gris oscuro encima del gris más claro del océano. Rompían lentamente, regularmente y calculé que ya alcanzaban (pues no había nadie en el agua) al medio metro. El viento Sur que soplaba en la punta del cabo a penas se notaba en la superficie de las olas. Al pasar delante de la antigua fábrica, oí música pero no pude identificarla. Ahora, a un centenar de metros y con el motor del coche parado la escuché más nítidamente y me pareció una especie de marcha militar. Onkel Franz, o quien fuera que estaba ahí dentro, debía sentirse bélico.

Conduje unos quinientos metros más hacia el norte y vi que de la carretera salía un pequeño camino hacia las dunas. Un camino de arena dura pero transitable con un coche de alquiler. Claro que no hay mejor 4x4 que un coche de alquiler, ¿no? El camino apenas tenía un centenar de metros y desembocaba en una pequeña explanada rodeado por dunas, quedando protegido de las miradas de quien fuera que pudiese pasar por la carretera. Pero sobretodo ligeramente resguardado del aire marino y del olor a foca. En el suelo algunas marcas de neumáticos y restos de alguna hoguera lejana. Ese iba a ser mi campamento para la noche, tal y como Rod me había aconsejado.


III.
Ya era noche cerrada. A lo lejos todavía escuchaba, por encima del rumor de las olas, una ligera música que provenía del Cabo. Y, por encima de la duna que me separaba del mar veía un ligero resplandor en esa misma dirección. Estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el coche. Mi cazadora impermeable me protegía de las ligeras gotas de agua que se desprendían de la bruma. Una bruma que no tardaría en levantar, una vez la temperatura de la tierra enfriase, para no volver hasta la mañana siguiente. Decidí comer algo: abrí una lata de algo que según el dibujo de la etiqueta prometía ser judías en tomate y resultó ser salsa de tomate a solas. No me importó mucho pues tampoco tenía tanta hambre. Dejé la lata de lado y me concentré en el pan, el billtong y las manzanas que llevaba en el coche. Y entonces, de pronto, las vi. Se encontraban en la sombra, un poco más allá del alcance de la tenue luz interior del coche, a unos 10 metros de mí. Conté rápidamente una docena. No emitían ningún sonido y me rodeaban excepto por detrás, pues estaba apoyado en City Golf.

“¡¡Hienas!!”

Había leído que bajaban frecuentemente a la costa, especialmente al Cabo, para atacar a las crías de foca en la época de nacimiento de estas y yo, sin saberlo, me había instalado en medio de su ruta de aproximación. Lentamente me levanté y las enfoqué con la linterna. Simplemente estaban husmeando y mirando; inquietas, pero no parecían agresivas. Si ya de por sí son animales poco agraciados estéticamente, de noche y a la luz de una linterna me recordaban al diablo en la versión que la Iglesia católica plasmaba en los rosetones y pórticos del románico. Al enfocarlas sus ojos brillaban y se apartaban. Cogí las cosas que tenía en el suelo lentamente y las fui poniendo dentro del coche, sin darles la espalda. Cuando ya no quedaba nada, agarré la lata de tomate abierta y arrojé su contenido lo más lejos que pude en su dirección. Si ese era el olor que les había atraído, prefería que se lo comieran antes de que estuvieran husmeando alrededor. Me encerré en el coche y con la ventanilla medio bajada las fui observando. Olieron la salsa de tomate esparcida en el suelo, pero a ellas tampoco les gustó.

Al cabo de un rato las hienas desaparecieron y me encontré solo de nuevo. Estuve un rato merodeando en los alrededores y no vi nada. Rod ya me había avisado que en esta época del año, cuando las focas dan a luz, suelen acercarse manadas de hienas y de coyotes al Cabo y me había aconsejado dormir dentro del vehículo. Bajé el respaldo del asiento del copiloto todo lo que pude, puse la tabla y el traje en el del piloto, me puse dentro del saco y me dormí.
……………

¡¡¡¡BAAAAAAANG!!!!”

Pegué tal salto que me di con la cabeza en el techo del Golf. No lo había soñado; alguien había disparado. Menos de 10 segundos más tarde volvieron a disparar. Y otra vez. Y otra. Y otra. En menos de 1 minuto conté unos diez disparos. No eran muy cercanos, aunque sí lo suficiente como para despertarme. Por mi cabeza pasaron diversas posibilidades: cazadores furtivos, los guardas del Cabo (aunque creía recordar que sólo estaban de día) y Onkel Franz. Fuese cuál fuese su origen no parecían destinados a mí. Me vestí, cogí la linterna, miré fuera y vi que no había nadie ni nada. Además la bruma ya se había levantado y la luna, aunque no estaba llena, producía bastante luz. Miré la hora: las tres y cuarto de la madrugada. Salí del gélido coche a la no menos fría noche y subí andando a la duna que me separaba de la carretera y del mar, pues de ahí parecían provenir los disparos.

En la distancia, a unos 500 metros, pude ver a una linterna que se movía y, de vez en cuando, el fogonazo de un disparo. Por la posición de la linterna y como se movía, deduje que era un frontal. Disparaba en todas las direcciones, hacia el cielo y hacia el suelo, hacia el mar, hacia las dunas y hacia el Cabo. El frontal se iba acercando lentamente hacia donde yo estaba, de forma errática. Yo estaba tumbado en la cima de una duna. Con una mezcla de miedo y de curiosidad. La situación era cómica si no hubiera sido por la remota posibilidad de que alguna bala fuera disparada hacia mi dirección. Pero prefería saber donde estaba el que disparaba que arriesgar a encerrarme dentro del coche y que me sorprenda allí. Y salir corriendo por la carretera tampoco era buena solución, pues entonces mi presencia sería conocida. También oí gritos, de una voz ronca en lo que me pareció alemán o afrikáans. Al cabo de 10 minutos los disparos cesaron y la luz empezó a alejarse, despacito, en dirección al cabo. Acababa de conocer a Onkel Franz.

IV.
Ya era de día. Las ocho y pico de la mañana. Hacía frío y la bruma ya estaba bajando. Nada ni nadie. Sólo la lata de tomate (que recogí), mis pisadas y las huellas de las hienas. Me subí otra vez a la duna desde donde había visto a Onkel Franz hacer prácticas de tiro y me asomé. Nada. Todo tranquilo. ¿Todo? No. Líneas. Casi un metro en la tercera sección según calculé. Sin viento y preciosas. No muy huecas pero largas y sin secciones. En la distancia, la punta del Cabo parecía la estación de metro de Plaza Catalunya en hora punta: decenas y decenas de focas salían y entraban del agua por una hendidura en las rocas de la orilla, justo donde rompía la primera sección. Desconocía cuántas bajas habían ocasionado las hienas esa noche, pero no parecía que muchas a simple vista. Oí el ruido de un coche. Era el todo terreno de los vigilantes que se dirigían hacia su caseta. En la fábrica abandonada no se escuchaba ningún ruido ni percibí ningún movimiento.


No tenía nada para desayunar excepto la penúltima manzana y agua. Del codillo ni rastro.

“¡¡¡Pal agua!!!”

La entrada al agua a la tercera sección se hacía desde la intersección entre el cabo y la playa, para no tener que luchar tanto contra la corriente. Excepto que esta “entrada” se encontraba a escasos treinta o cuarenta metros de la fábrica abandonada. Decidí dejar el coche donde estaba, me cambié y anduve en dirección al cabo por la playa, observando la ola, las algas, las focas y estudiando si había señales de…

“No pienses en tiburones”

…pues eso: olas, algas, focas y nada más. La verdad es que observar cómo rompían las series en las tres diferentes olas del Cabo era un lujazo. La primera sección (casi en la punta del cabo, muy cerca de las focas) era la más salvaje. La ola se levantaba muy de golpe, con un brazo corto, y se enrollaba sobre sí misma. En su camino muchas cabezas de focas y muchas algas, de esas algas de agua fría, enormes, que parecen troncos. Ahí es donde las series rompían más grandes, unos 2 metros calculé tomando el tamaño de las focas como referencia. Luego la ola se volvía a levantar a la altura de la mitad del Cabo. Aquí la ola parecía más noble, pero el “bosque” de algas era todavía más exagerado. La ola tenía más brazo y más recorrido, pero quizá no era tan fuerte; como más fofa. Y al final la tercera sección: el brazo era muy largo y parecía que iba a cerrar, pero no. No era hueca pero tenía fuerza. El fondo era de arena y no había algas ni focas.

Llegué cerca de la fábrica y pasé por detrás, atento a cualquier ruido o movimiento. Según Rob, ese era el momento delicado. Onkel Franz era un alemán de Namibia. Nacido y criado aquí. Era muy mayor, medio senil y, durante muchos años había sido el capataz de la fábrica del Cabo. Fábrica que se dedicaba a matar y exportar las pieles de focas. La fábrica había cerrado hacía ya muchos años y él pasaba ahí temporadas. Más de una vez lo habían encerrado, ya sea en la cárcel ya sea en alguna institución de esas donde llegas con un problema y sales con trescientos. El motivo siempre había sido el mismo: disparar: a surfistas, a coches que pasaban, a turistas que iban a visitar el Cabo, a los guardas del mismo, a pescadores… Por suerte nunca le había dado a nadie ni a nada. Sus disparos eran al azar, a veces ni remotamente en la dirección del objetivo. Pero la gente le había denunciado y así estaba pasando estos últimos años de su vida. Nadie sabía cómo lo hacía para obtener un rifle y munición, ni para comer, ni para ir al Cabo cuando le soltaban. Se rumoreaba que tenía amigos que le cuidaban, le daban comida, bebida, un fusil viejo y municiones, y le dejaban en la fábrica hasta que lo volvieran a encerrar. Varias veces, cuando algunos surfistas se acercaban a la fábrica para entrar al agua y coger olas en la tercera sección, Onkel Franz había salido corriendo y gritando del edificio en ruinas, fusil en mano y disparando en todas direcciones. Los surfistas se habían llevado sustos de muerte y había entrado al agua lo más rápido posible. Al cabo de un rato, el viejo Franz se cansaba de disparar y volvía a entrar en la fábrica.

“…pum pum; pum pum; pum pum…”

Mi corazón estaba tan acelerado que pensé que se oiría hasta Swakopmund. Pero nada. Ni un ruido y ni un movimiento. La fábrica, o lo que quedaba de ella, a penas se tenía en pie. Fuera había basura de todo tipo. Los cristales de las ventanas estaban rotos y el techo parecía que iba a salir volando a la siguiente tormenta. La verdad es que tampoco me entretuve mucho. Entré al agua. Fría y densa. Sorteé algunas algas, hice un par de cucharas y ya me encontré en el pico. La corriente me derivaba hacia el Norte, pero tampoco era muy fuerte. Llegó la primera serie y …se produjo la amnesia.

V.
Cuando todas las olas se parecen, cuando no hay nadie con quién comentar la que acabas de pillarte, cuando se quiere aprovechar todo al máximo… las imágenes se suceden en la cabeza y los recuerdos se mezclan. ¿Ese giro que hice a media pared y que -sí, sí, estoy convencido-, levantó un spray que empapó a todas las focas del Cabo y más allá, sucedió justo después de pasar aquella sección casi imposible… o era en otra ola? Ni idea. Sólo me acuerdo de esto: muchos giros, secciones rápidas (iba de espaldas), intentar siempre salir por arriba de la ola al final para evitar unas cucharas dolorosas en la cabeza, algún alga y el susto que me pegó cuando la sentí en mi pie y mucha glotonería. Muchas veces ni siquiera esperaba a llegar hasta el pico para coger una ola, y a medio recorrido me dejaba tentar. Otras, si la ola no iba perfecta o yo no estaba a gusto en ella, me salía pronto para coger otra. Así estuve 3 horas. Me olvidé del frío, de las hienas, de la noche en el coche, del codillo, del tiroteo, del coche y de Onkel Franz.

Recobré consciencia de todo esto al cuando los brazos empezaban a estar seriamente cansados y mi cuerpo ya notaba los primeros síntomas de hipotermia. Miré hacia la fábrica y la playa, algo que no había hecho desde que cogí la primera ola, y no vi nada diferente. No había nadie, ni siquiera un coche. Decidí coger la última. Me esforcé en llegar al pico y esperar una buena. Cuando se presentó la cogí y la disfruté hasta el final. Al final, en lugar de salir por arriba, me dejé llevar por la espuma hasta la orilla. Salía del agua y di un último vistazo hacia el pico. Había valido la pena. Reencontré mis huellas en la arena, de cuando anduve del coche hasta el cabo a primera hora. Y vi otras huellas al lado: en dirección contraria, hacia el coche, de pies desnudos. Parecían recientes, y no eran las de Onkel Franz en su orgía nocturna, pues este había andado en medio de la carretera. Alguien había estado paseando por la playa mientras yo estaba en el agua. Las huellas cruzaban la carretera a la altura del camino que iba al anfiteatro donde había pasado la noche, y se metían por entre las dunas, en dirección al coche. Decidí dar un pequeño rodeo, aunque fuera quien fuera podía muy bien estar observándome desde arriba de una duna, agazapado. Al llegar a la cima de una duna me estiré, enfundado en mi neopreno mojado y con la tabla al lado. Vi el coche y a quien no podías ser otro que Onkel Franz, sentado con la espalda apoyada en la puerta del conductor. Igual que había estado yo la noche anterior cuando cenaba, pero en el lado opuesto. Parecía dormir, con el fusil en su regazo. El coche parecía estar intacto.

Observé la situación unos minutos. Ahí estaba yo, tirado encima de una duna, con lo puesto (el traje y la tabla). No pasaba ningún coche ni había ningún pueblo cerca. Los seres humanos más cercanos eran los dos guardas del Cabo, a más de 45 minutos andando, y de los que no sabía nada. Cansado y tiritando de frío, decidí armarme de valor y acercarme al coche por el lado opuesto a donde Franz estaba sentado. Di un rodeo por detrás de las dunas y bajé por donde lo habían hecho las hienas horas antes. Con la llave del Golf en la mano me acerqué. Entonces Franz se levantó. No estaba dormido. El fusil colgaba de su brazo. Estaba demacrado, la faltaban gran parte de sus dientes, tenía mucho pelo blanco encima de la cabeza y una barba corta descuidada. Daba más lástima que miedo. Sonrió y dijo algo en un idioma inteligible para mí. No le perdí de vista y sonreí, mientras iba acercando la llave a la puerta del copiloto. Rodeó el coche y se acercó hacia el lado donde me encontraba. No parecía ser agresivo y si no fuera por el fusil -que seguía inerte, como una prolongación de su brazo-, hubiese pasado por un vagabundo medio demente de los tantos que pueblan los rincones más sórdidos e inhospitalarios de nuestras grandes ciudades. Volvió a pronunciar una sarta de sonidos guturales totalmente incomprensibles para mí. Su mirada, y el tono, parecían estar suplicando.

“¿Qué querrá? ¿Dinero? ¿Qué le lleve a alguna parte?”

Abrí el coche y saqué la toalla. Empecé a bajar la cremallera del traje de neopreno y dejé la tabla encima del capó del vehículo. Volvió a hablar por tercera vez y señaló algo con el brazo con el que no sujetaba el fusil.

“¡¡¡La manzana!!!”

Me estaba pidiendo comida. Le alcancé la manzana. Sus manos eran enormes, desproporcionadas al resto de su cuerpo, pues era más bien bajito y enclenque. También le enseñé los restos de billtong. Agarró la manzana y el billtong con fuerza. Sonreía y parecía estar contento, de forma un poco infantil. Me dio mucha lástima. ¿Hasta qué punto era consciente del peligro que significaba para los demás? ¿Qué demonios debían estar atormentándole? Apestaba a mierda, a foca y a alcohol. Se guardó la manzana y el billtong y señaló una botella de agua por abrir que tenía en el asiento de atrás. Se la di también. Sonrió, emitió un sonido más al tiempo que asentía con la cabeza, y se fue en dirección a la salida del “anfiteatro”.

VI.
Me cambié rápidamente y guardé las cosas dentro del coche. Lo puse en marcha y encendí la calefacción a tope. Hacía sol, pero no lo veíamos por culpa de la bruma. Sabía que tan pronto como me alejase de la costa la bruma desaparecería, y la temperatura subiría unos diez o quince grados. Di media vuelta y salí hacia la carretera, dirección Sur hacia Swakopmund y luego hacia Windhoek. Al pasar vi a Franz sentado, apoyado en una duna muy cerca de la carretera. Su fusil a un lado. Contemplaba la manzana en una de sus enormes manos, muy cerca de sus ojos. Parecía estar ofreciéndola al mar gris, que se hallaba en frente suyo, antes de zampársela. No me paré; tenía el tiempo justo y no me quedaba más comida.

Niegà 2007



P.S.: Me gusta siempre recomendar algún libro, cuando lo conozco, sobre el país del que escribo un relato. En otra ocasión, estando en Swakopmund me compré The Sheltering Desert, de Henno Martin. Es el relato real de Henno y su amigo Hermann Korn, dos jóvenes alemanes de Namibia que huyeron al desierto del Namib para no ser alistados en las tropas del tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial. Estuvieron escondidos en una de las zonas más inhóspitas de este planeta, durante más de dos años y medio, sobreviviendo como robinsones y huyendo de la policía, en unas condiciones muy difíciles de imaginar.

martes, 3 de julio de 2007

Sorpresa, sorpresa…

Ya he terminado de leer la Surfing (revista americana) correspondiente a Julio de este año.


A destacar (además de los fotones de un viaje de Shane Dorian en una derecha del Pacífico Sur, y de la versión beta del viaje al Caribe que Transworld Surf publica en su último número):
a) Israel otra vez, pero ahora no con Michel Velasco y Sam Lamiroy, si no con surfistas yankis. Tuvieron más suerte con las olas que los europeos. Parece que después de Grecia y de Egipto, Israel se está convirtiendo en el destino de moda de las revistas yankis en busca de “algo más que olas”. ¿Para cuando Marina d’Or Resort?
b) Una foto curiosa de una piscina de olas en pruebas, en algún lugar del interior de California. ¿Es el futuro? Yo casi prefiero que no, sinceramente.


c) ¡¡¡Sorpresa!!! Foto de Axi Muniain en la gala de los XXL en California. Axi en su línea al 100%.


d) Definición interesante del surf por Evan Slater en la Intro (la Intro, es esa parte de la revista que sirve para que los lectores vean que los que hacen la revista –es decir, la editorial- también aportan cosas y no se dedican únicamente a recoger el material de los colaboradores, maquetarlo y publicarlo):

“Cuando piensas en ello, el surf consiste en una larga serie de decepciones con breves episodios de euforia intercalados, que sirven para convencernos que la perfección está a nuestro alcance.”

Después de un fin de semana de malos rollos y agobios en Las Landas, y de que una chica haya soltado su tabla justo cuando yo conseguía coger mi primera ola decente esta tarde en Zarautz, con el consiguiente toque de 10 cms en el canto de mí tabla (la suya está intacta), supongo que debo estar atravesando una de esas “serie de decepciones” a las que Evan Slater se refiere.

domingo, 1 de julio de 2007

Los 13 mandamientos y un fin de semana agobiante

Un amigo me manda el nº 173 (recién salido) de la veterana revista Surf Portugal y leo un artículo que me llama la atención. Resumo:

Código de conducta para surfistas
¡Todos los deportes tienen reglas! El surf no es una excepción.
1) Si estas reglas no son observadas, pueden darse situaciones de peligro en el mar.
2) A lo largo de su historia, el surf ha desarrollado su propio código de conducta que todos los surfistas deben entender y respetar. En el caso de los debutantes, estas reglas son especialmente importantes para su propia seguridad y la de los demás.
3) Si no entiende alguna de las reglas que se describen a continuación, por favor diríjase a alguna de las escuelas de surf cercanas y haga un curso.
4) El surf es una actividad que requiere buena forma física. Asegúrese que se encuentra apto para la práctica de este deporte.
5) Esté atento a los otros usuarios de la playa, dentro y fuera del agua. Aléjese de los nadadores.
6) Los debutantes deben empezar en las espumas. No reme más allá de las espumas hasta que no esté preparado. No vaya al pico principal hasta que no tenga un dominio total y completo de la tabla.
7) Respete las reglas de prioridad dentro del agua. Nunca intente coger una ola cuando haya otro surfistas haciendo el “take off” más cerca del pico. Si no conoce las reglas de prioridad, haga un curso en una escuela de surf.
8) No robe las olas a otros surfistas.
9) Mantenga siempre el control sobre su tabla de surf.
10) Guarde respeto hacia los surfistas locales.
11) No practique el kayak o el kite surf en las zonas destinadas al surf.
12) No deje ningún escombro en la playa.
13) Es ilegal acampar en las playas o parkings. Respete la ley portuguesa y diríjase a alguno de los campings de la zona.
Gracias por su colaboración

La asociación de escuelas de surf del Algarve se ha dirigido al organismo que rige los Parques Naturales del país luso para poner unas placas con estos mandamientos en 3 idiomas (portugués, inglés y castellano) en los accesos de varias playas. Parques Naturales ha expresado su entusiasmo y parece que el proyecto tira adelante, excepto que… ¿quién lo financia?

El coste estimado de las placas y los pósters es de unos 2.000€. La asociación se ha dirigido a algunas marcas de surfwear, que han declinado diciendo que no querían involucrarse en un proyecto de espíritu pseudo-legislativo y, fruto del cuál, podrían salir muchas polémicas. Parece ser que al final será una cadena de supermercados la que financiará la construcción e instalación de estas placas.

Y leo esto después de un fin de semana en Las Landas durante el cuál me han saltado olas, me han hecho “el interior” para luego exigirme que me saliera de la ola, he perdido olas para no chocar contra alguien que remontaba por en medio, he tenido que esquivar tablas sueltas y, al final, he decidido entrar al agua a las 21h, saliendo de noche cerrada, con tal de coger unas cuantas olas sin tener que guerrear… y todo eso a menos de 100 metros de un “girls surf camp” de una conocidísima marca australiana, que parecía una fábrica de chorizos. Excepto que en lugar de embutido producían decenas de chicas con la cabeza llena de ideas de lo que es la parte más periférica del surf (buen rollo, verano, calor, cuerpos bronceados, leis, barbacoas y todo al ritmo de música hip-hop-dance-techno) y pocas de lo que es el surf en sí, entendiendo como tal su práctica en el agua. Pues eso, que me quedo con la cabeza hecha un lío.



Aviso para morenas (y rubias también): Como hagáis esto en al agua es posible que os llevéis una bronca. ¿No os lo dijeron en el “girsl surf camp”? Pues entonces id y que os devuelvan el dinero. Imagen gentilmente usurpada de la web de la marca que organizaba el Girls surf camp de este fin de semana en las Landas.

A ver, la gran mayoría de la gente que empieza a hacer surf en estos últimos años, en algún momento ha acudido o acude a alguna escuela de surf, o pasa unos días en un surf camp. ¿No deberían ser las escuelas de surf y los surf camps los que deberían, entre otras cosas, inculcar esos mandamientos a sus alumnos-as? ¿Si fuera así, qué necesidad habría de colocar estas placas destinadas, obviamente, a los debutantes? Y más en el Algarve, donde la población residente durante todo el año es muy baja (conozco bien la zona, pues debo haber ido una docena de veces desde la primera vez, allá por 1993) y que se ha convertido en el centro europeo de escuelas de surf todo el año, gracias a su clima y a las low-cost.

A ver, por otro lado me cuesta entender que algunas de estas grandes marcas de surfwear, que organizan sus propios surfcamps itinerantes (para niños, para niñas, con yoga, con clases de maquillaje o con lo que sea…) no quieran gastar (por que poder, pueden) 2.000€ en financiar estas placas. Podemos discutir sobre si sobra o falta algún mandamiento, o si alguno es un poco tendencioso, pero la intención es buena y estoy convencido que estos mandamientos pueden “negociarse”. He visto placas similares hace más de 10 años en Bells Beach y en Margaret River, financiadas por los surf clubes de la zona.

A ver, las escuelas de surf (y por extensión los surf-camps) son como todo en la vida: los hay de buenos y los hay de menos buenos. Pero me gustaría creer que en todas explican a los alumnos las reglas principales no solo de las prioridades, si no de comportamiento en el agua (por donde no remontar, no soltar la tabla, no hacer interiores o “culebrear”, si llegas a una playa grande, con un pico bueno que ya está petado, y al lado hay otro no tan bueno, dirigirte a este, etc.…). Sí, ya lo sé; por eso he dicho “me gustaría creer…”

A ver, estooo… ¿cuándo se acaba el verano, por favor?