viernes, 14 de marzo de 2008

bahasa indonesia: “b”

“B” como en bemo (microbús que se utiliza para el transporte público). Ejemplo: “Dimana saya akan naik bemo?” (¿Dónde puedo coger un bemo?)

Acabábamos de cenar en un sitio surrealista; pero es que no habíamos sido capaces de encontrar nada más. Era un restaurante-karaoke al aire libre, a las afueras de la ciudad y a orillas del mar. En una bahía tan cerrada que no había ni una miserable ola; no se oía si quiera el típico chapoteo de las olitas contra la orilla. Nada de nada. La masa líquida inerte y oscura, que adivinábamos a la luz de las farolas, parecía más un pequeño lago que la orilla del inmenso Océano Índico. Hasta aquí todo correcto… excepto que éramos los únicos comensales y el restaurante era enorme: había un escenario desmesuradamente grande -teniendo en cuenta que no era más que un restaurante- en medio y las mesas estaban a unos diez metros de distancia las unas de las otras. Y para realzar más el aislamiento y privacidad que cada grupo de comensales recibía, cada una de las mesas estaba situada en un pequeño pabellón individual en forma de cúpula, ligeramente elevado encima del suelo.

Ante la ausencia de cantantes entre nosotros, habían sido los propios camareros los que habían ejercitado sus gargantas. Canciones en indonesio, y algunas en inglés, que hubieran proporcionado una velada de lo más entretenido si no fuera por que el volumen era altísimo y apenas conseguíamos oírnos los unos a los otros. Una de las camareras encadenó varias canciones en inglés, de los Beatles y similares, y sorprendidos por su perfecta dicción le pedimos que se acercara para poder preguntarle algunas cosas sobre lo que habíamos pedido. Y es que una vez más, habíamos tenido que pedir la comida basándonos en las fotos del menú, pues la camarera que se nos había asignado no hablaba nada de inglés y nuestro bahasa era demasiado rudimentario. Pero para gran desgracia nuestra, esta segunda camarera/cantante no tenía ni idea de inglés. Simplemente vocalizaba muy bien las palabras de las canciones sin tener la más mínima idea de lo que significaban. Nuestro gozo en un pozo.

Al acabar la cena pagamos y nos fuimos; medio sordos, con el estómago lleno y la garganta ardiendo por el picante. Como he mencionado antes el restaurante en cuestión se encontraba en las afueras de una ciudad; ciudad a la que habíamos llegado esa misma tarde, y en la que debíamos pasar la noche para coger un ferry a nuestro destino final al día siguiente. Esta ciudad era una de las capitales de provincia más pobres del país, y estaba muy cerca de una zona en guerra. Durante la tarde habíamos notado que varias de nuestras palabras en catalán les resultaban familiares, sobretodo a las personas más mayores, pues les recordaban a palabras portuguesas; el idioma de su enemigo. Es por eso que enfatizábamos mucho que no éramos portugueses cada vez que nos preguntaban ¿Darimana? (¿De dónde eres?). No habíamos notado un ambiente abiertamente hostil, pero en un par de ocasiones la gente nos había gritado desde algún coche o moto mientras paseábamos. Y no parecían gritos de bienvenida precisamente. Pero ahora nos encontrábamos en la carretera, delante de la puerta del restaurante -que ya había cerrado-, en medio de un silencio atronador, de noche, sin medio de transporte para regresar al hotel y a unos cuántos kilómetros de distancia de este.


Bemo en plena parada técnica para reajustar las tablas al techo.
Transcurrieron varios minutos, quizá diez, sin que pasara ni un solo vehículo. De pronto oímos el ruido de un motor que se acercaba y apareció una moto en sentido opuesto al que queríamos ir. La paramos y le peguntamos a su conductor, un caballero muy amable: “Dimana saya akan naik bemo?”. Nos dijo que ya era muy tarde para que pasara ningún bemo por ahí. Mientras tanto aparecieron dos motos más, siempre en sentido opuesto al que deseábamos, y se pararon para ver qué pasaba. Treinta segundos más tarde, y mientras intentábamos buscar una solución a nuestro problema, aparecieron tres motos más y también se pararon. En un santiamén había más de media docena de motos, con sus correspondientes conductores, charlando con nosotros. Parecían conocerse todos entre ellos y, dado que todos aparecieron más o menos a la vez, cuando llevábamos minutos sin ver pasar a nadie por la carretera, pensamos que igual eran trabajadores de la misma fábrica que salían de su turno y se iban a casa. El caso es que no sé quien lo dijo primero, pero la solución se había materializado ante nosotros en un santiamén. Le preguntamos a uno de ellos, que tenía algunas nociones de inglés, si nos llevaban en moto de vuelta al hotel. Rápidamente acordamos una tarifa y 5 minutos más tarde estábamos todo de vuelta al hotel. Eso sí: para que nos sintiéramos seguros, cada motorista nos cedió su casco durante el trayecto.

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Dos semanas más tarde estaba de vuelta a esa misma ciudad, tras mi estancia en una pequeña isla. La ciudad seguía igual de pobre, pero comparada con el lugar de donde venía me parecía civilizada, rica y llena de comodidades. En esta ocasión viajaba con dos chavales, uno alemán y otro inglés, cuyo tiempo en la isla en cuestión de donde veníamos también había acabado. Otra vez teníamos que pasar una noche en la ciudad antes de coger un avión al día siguiente. Y también acabamos cenando en el mismo restaurante karaoke; ninguno de nosotros no conocía otro. Parecía una escena de Groundhog Day: ningún otro comensal en el restaurante, música a todo volumen, nadie del personal hablaba inglés, el mar seguía sin moverse y volví a equivocarnos en los platos que pedí, sin posibilidad de corregir mis errores por falta de comunicación. Y una vez más, al terminar de cenar, nos encontramos tirados a la puerta del restaurante, de noche y sin medio de transporte para volver al hotel.

-“¿Y ahora qué hacemos?” preguntó uno de mis compañeros.
-“Nada…” –contesté- “…en unos minutos aparecerán las motos.”

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