jueves, 14 de junio de 2007

Paradiso di Atlántico


(Ponta Brava en la distancia)


“...Ês sentiment ki nô tem na peito
Ês pensamento ki é de nôs tud
Nô tchá florí ês jardim
Nô regá ês dez cantêr
Pa cada flôr ki nascé
É Cabo Verde ki crescé
(...)
Ka nô influí
Ês mar serením e crestalín
Que na pulsar de sês ondas
Ta uní nôs coraçon”
“Nôs Paraíso”. Letra de Pedro Rodrigues, interpretada por BANA en “Livro infinito”.

INTRODUCCIÓN
Este es el relato de un sueño realizado, pues anhelaba visitar y surfear en Cabo Verde desde principios de los 90, cuando ví fotos de sus olas en una revista por primera vez. Pero pasaban los años y no lograba tener dos o tres semanas libres en invierno, fuera del período navideño durante el cuál las obligaciones familiares me impedían cualquier viaje. Durante esos años leía todo lo que encontraba sobre Cabo Verde. Me hartaba de escuchar a Bana y Cesárea Évora y aprendía todo lo que podía sobre las diferentes islas: sus carnavales, sus gentes (muchos de ellos mulatos, algunos con el pelo rubio y los ojos claros) y su orografía. También intenté conocer un poco su pasado, para mejor entender su presente llegado el momento; así descubrí que estas islas fueron utilizadas como escala, primero, de los barcos que llevaban esclavos desde el continente africano hacia las Américas y, después, de barcos balleneros y de pesca de todas las banderas durante siglos. E incluso me hacía presentar a “amigos de amigos” que habían estado allí de cooperantes o durante largas temporadas, para que me dieran información de primera mano. Al final, y curiosamente cuando estaba ubicado en Sudáfrica, todo cuadró: disponía de 3 semanas de vacaciones a finales de Enero y, a pesar de que me encontraba bastante lejos geográficamente de Cabo Verde, los vuelos de South African Airways con destino a N.Y., hacían escala allí para repostar, con lo que el billete (teniendo en cuenta que el Rand estaba bastante devaluado en aquél momento) me salía igual de precio que volando desde Europa. Y por fin pude ir a Cabo Verde.

Leí por primera vez acerca del surf en Cabo Verde en 1990, en la revista americana SURFER. El artículo sólo mencionaba el nombre del archipiélago (y país), pero no daba más indicaciones; pero parecía diferente, interesante y con un enorme potencial de olas. Después, varios reportajes de surf o windsurf en las islas de Cabo Verde fueron publicados en varios medios, y yo iba siguiendo de cerca como Ponta Preta, la mejor ola de la isla de Sal, “salía del armario” al pasar los años. De vez en cuando, también aparecía alguna foto panorámica de algún pico de las otras islas, pero sin nombres ni localizaciones. Varios años después de ese primer artículo en la SURFER, tropecé con un reportaje en la revista australiana SURFING WORLD, relatando el viaje de 3 pros del equipo Seven Shores (una marca de ropa australiana con profundas raíces africanas) por tres países del África del Oeste, entre ellos Cabo Verde. Ese reportaje, y las varias fotos de picos de roca, sin gente y de aparente buena calidad que en él aparecían, fue lo que definitivamente hizo subir Cabo Verde a la primera posición en mi lista de “sitios a visitar”.
(Surf Report de Cabo Verde. No sé si siguen actualizándolos, pero son múy útiles)



(Portada del ejemplar de la revista Surfing World en cuestión. Surfito ergo sum...)

(Artículo de la Surfer. Noviembre del 1990. ¿Dónde estábais entonces? Yo en casa soñando con ir a Cabo Verde algún día. Sólo tardé 11 años.)


Lo que vais a leer son algunas de las cosas que me ocurrieron y presencié durante mi viaje a Cabo Verde. Sólo mencionaré los nombres de la isla de Sal y sus picos, aunque soy perfectamente consciente de que la mayoría de las demás olas y lugares que visité son ya bastante conocidos, a menos de oídas, por la mayoría de surfistas que han visitado estas islas. Espero que lo disfrutéis.
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PARTE 1: Ilha do Sal
Tierra, viento, agua y fuego: La isla de Sal no es más que un trozo del Sahara en medio del Océano Atlántico, que sufre los embates continuos de los vientos del desierto. Su cima son un par de volcanes dormidos y alberga el único aeropuerto internacional del país. Casi no hay árboles y sus habitantes se concentran en 3 poblaciones. Una de estas, Santa María, en la costa Sur, tiene cierta infraestructura turística y recibe a europeos ávidos de sol, que buscan una alternativa “africana” a las Canarias.


(Paisaje del interior de Sal. Frondoso precisamente no és)




(El catolicismo también llegó a estas islas, pero tampoco es que sean fanáticos)

Aterrizo en Sal a las 03:00 hora local, pero a través de Jérôme, al que contacté por e-mail unas semanas antes, he conseguido que alguien venga a recogerme al aeropuerto y me lleve al apartamento que ha alquilado para mí en Santa María. Solo somos 5 los que nos quedamos en Sal, pues el resto de pasajeros de este vuelo de South African Airways sigue hacia Nueva York y hacia un mundo totalmente diferente. Pasar la aduana y recoger el equipaje resultan ser meros trámites, lo cuál me sorprende positivamente teniendo en cuenta que acabo de llegar a un país del África Subsahariana. Supongo que a estas horas de la madrugada a nadie le importan 4 “caboverdianos”, que regresan a casa después de varios años de duro trabajo en tierras lejanas, y un “surfista”.

Jérôme es un francés que lleva surfeando y navegando las olas de la isla durante más de 12 años. Está casado con una lugareña preciosa y tiene una hija. Es muy conocido en Santa María, dentro y fuera del agua, ya que es de los pocos europeos que reside allí todo el año, y también una gran fuente de conocimiento. Le conozco personalmente pronto al día siguiente. La humedad de la noche está siendo barrida por un viento del NE, fuerte e incesante, cuando Jérôme me anuncia las condiciones con una gran sonrisa: ha entrado mar y Ponta Preta rompe con olas de 4 a 6 pies. Mientras mi compañero de habitación, Brice (un joven windsurfista francés que ha pasado gran parte de su vida surcando algunas de las mejores olas del Océano Índico) tiene que organizar todo su material y buscar un coche para ir hasta Ponta Preta; yo me limito a comprar una botella de agua, plátanos y un par de pão-coco en una de las panaderías del pueblo, cojo mi tabla y empiezo a andar hacia Ponta Preta. Las indicaciones de Jérôme son sencillas: “
anda hacia la salida del pueblo, busca 2 grandes dunas de arena a tu izquierda y dirígete a ellas. La primera punta de roca que encuentres detrás de las dunas es Ponta Preta. E.W.T. (estimated walking time): 35 minutos.”

Debido a la configuración del fondo marino y a su orientación, Ponta Preta recoge mucho mar. “Preta” significa “negra” en portugués, pues ese es el color de las rocas en ese lugar. Los días sin olas, únicamente un par de “refugios” contra el sol y el viento, hechos con hojas de palmeras y trozos de redes de pesca, adornan ese cabo anónimo. Pero cuando entra la marejada, la punta recibe la visita de turistas y lugareños que se desplazan para disfrutar del espectáculo.

Y, desde luego, el espectáculo no defrauda: la ola rompe de derechas de forma majestuosa, ofreciendo más de 300 metros de recorrido con, al otro lado, una izquierda corta, vertical y hueca que solo funciona a partir del metrazo y medio. La mayoría de las veces, es la derecha la que concentra toda la acción; el pico es bastante extenso y la ola se muestra noble y no muy hueca. Tiene mucha fuerza y ofrece un recorrido muy largo, paralelo a las rocas. Con la marea alta, el pico se acerca a la orilla (un mejunje de rocas de varios tamaños), por lo que es mejor ser prudente. Con la marea baja, la primera sección tiene cierta tendencia a cerrar pero, escogiendo bien, sigue siendo una ola muy divertida. El surf que permite esta ola es directo y de pocas maniobras, ya que las secciones se suceden a cuál más rápida; no hay mucho lugar para girazos, y un par de secciones huecas te pueden ofrecer algún tubito. La cercanía de la orilla, con sus rocas feas, le recuerda a uno que, a pesar de que el sitio en sí no es excesivamente peligroso, si se rompe el invento o se arriesga demasiado a final de la ola (sobretodo a marea alta), tanto el surfista como su tabla pueden acabar con algunos golpes y cortes.



(Serie rompiendo en Ponta Preta, a media mañana, nadie en el agua)

Los 3 primeros días Ponta rompe con olas de 4 a 6 pies, pero el viento sopla muy fuerte oscilando entre terral y un poco de lado, y el pico es tomado por los windsurfistas. Cuando el viento baja, en diferentes momentos a lo largo del día, la media docena de surfistas presentes en la isla nos lanzamos al agua, mientras los windsurfistas regresan a tierra. No hay mal ambiente entre las dos comunidades aunque, a veces, algún windsurfista intenta regresar a tierra firme cogiendo una última ola entre los surfistas, quienes no apreciamos ser utilizados por boyas. Un par de caipirinhas en el Squeeze, en Santa Maria, suavizarán las tensiones llegada la noche. Si alguien destaca, tanto surfeando como navegando, es Josh Angulo, de Hawaii, que hasta no hace mucho estaba el nº 2 del mundo en la categoría de windsurf de olas, y que también demuestra ser un excelente surfista. Está casado con una chica local y viene cada invierno para entrenar, y se nota… Es el único que se tira a pillar la izquierda sin ningún temor, incluso a contrapico, y siempre sale airoso de las secciones más rápidas que se le presentan. También hay otros windsurfistas que aprovechan la bajada del viento para desempolvar sus tablas de surf y dar buena cuenta de las olas, como Esteban Etienne, Nicole Boronat y un italiano con muchos años de experiencia en Hawaii.

Cada mañana, cuando ando hacia Ponta, justo antes de llegar al cementerio del pueblo, veo las obras que traerán más turismo a la isla. Ponta do Sino está a punto de albergar otro complejo en sus orillas. Ya hay gente que dice que es el principio del final; según visitantes de muchos inviernos, hace 8 años se podían contar con los dedos de las dos manos el número de coches en toda la isla, mientras que ahora el tráfico ya es incesante. En la mayoría de tiendas, bares y restaurantes, la gente ya se dirige a uno en Italiano o Francés, un signo de la nacionalidad de la mayoría de visitantes.

Al cuarto día, la marejada de muere en Ponta, y ha llegado el momento de ir hacia al norte, a Palmeira. El único Suzuki 4x4 de alquiler libre que encuentro en toda la isla, es un descapotable, sin techo.

“Bueno”, me digo, “…solo llueve una vez cada 2 años en Sal…”.

No tardo en darme cuenta que, a pesar de la ausencia de lluvia, si uno puede, debe evitar alquilar un coche descapotable en Sal a toda costa… ¡A menos que se disfrute de lo lindo de baños de arena y polvo!

Entra algo de mar en Palmeira (en la costa Oeste), pero el viento (terral) es demasiado fuerte, y los dos únicos lugares con olas que encuentro están impracticables por esa razón. Resignado, aprovecho esos días de plato para explorar lo poco que hay que ver en la isla, como las minas de sal en Pedra da Lume, en la costa Este. La terraza del “Bar Neptuno”, cerca del puerto de Palmeria, es un refugio perfecto para escapar del viento, los turistas y del polvo, y allí acabo pasando gran parte de esos días de plato. Con un par de Sagres a mano, me dedico a hablar con la gente del lugar, leer y observar. La música, omnipresente, es una mezcla de hits africanos (Senegal está relativamente cerca geográficamente), caboverdiana (la lista de cantantes de este país no se acaba en Cesaria Évora), brasileña (Brasil es el gran gigante lusófono, y su influencia cultural no abarca únicamente a Portugal, si no también a todas las antiguas colonias portuguesas de África) y, por supuesto y para mi mayor desespero, lo peorcito de Europa y de los EEUU.

Uno de esos días, y mientras estoy tan tranquilo en mi mesa de costumbre en el Neptuno, observando la entrada al puerto –casi vacío- de un velero de bandera francesa, aparece una multitud de gente y coches con megafonía. De pronto, y a escasos metros de “mi” terraza, el candidato de la oposición a la presidencia del país realiza un mitin ante sus seguidores y algunos curiosos. Las elecciones presidenciales se van a llevar a cabo en un par de semanas y los diferentes candidatos están gastando sus últimos cartuchos. A fe mía que ese resulta ser el mitin de un candidato de la oposición más civilizado, tranquilo y elegante que nunca he visto en ningún país africano. Lo que sí me choca es el hecho que todos los candidatos, así como la gran mayoría de los miembros de sus candidaturas, son personas mulatas de tez más bien clara, cuando en general, en las tiendas, bares y por la calle, la mayoría de las personas con las que me tropiezo tienen una tez mucho más oscura. Recuerdo haber leído que si bien no existe racismo en Cabo Verde, sí que la clase dirigente (política, social e intelectual) del país acostumbra a estar formada por mulatos y mulatas de piel clara, y entre ellos se considera la tez oscura como una marca de falta de pedigrí. Está claro que hay muchos emigrantes provenientes del continente africano realizando las tareas más desagradables, o sobreviviendo a duras penas, esperando quizá poder embarcarse hacia las Canarias. En cambio la tez clara es, sin duda, una prueba y símbolo a la vez de su denominación de origen caboverdiana, y de que esta se remonta a ese oscuro pasado de barcos balleneros, prostíbulos y, antes aún, barcos esclavistas. La dulce paradoja es pues que en Cabo Verde, cuanto más mestizo y de sangre menos “pura” es uno más orgulloso está de ello, pues es una señal clara de su origen caboverdiano, frente a los de tez más oscura y, por lo tanto, recién llegados al país.

Finalmente, tras 3 días de comer polvo, hablar con los chavales de Palmeira, y aprendiendo a bailar la funana y la coladeira con mis dos vecinas (cuyo salón de belleza, frente a mi casa/habitación, es el centro de todo el marujeo de Santa Maria), un segundo golpe de mar llega a Ponta. Pero ya me he decidido y me largo a otra isla. Un amigo me contó que hay un pueblo, en algún lugar de este archipiélago, con buenas olas, sin gente y un paisaje más verde y frondoso. Muchos en Sal han oído historias similares respecto a diferentes islas, pero son pocos los que se han tomado la molestia de ir a comprobarlas in situ, puesto que Ponta Preta es su objetivo. No es mi caso. Estoy perfectamente sincronizado; el segundo golpe de mar se muere el día en que me voy. Mi próxima sesión será en otra isla.
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PARTE 2: Otra isla
Cabo Verde está compuesto de nueve islas principales en dos grupos diferente: las Sotaventos y las Barloventos. Las islas más importantes y con mayor población son Santiago y São Vicente, donde se encuentran las dos ciudades principales (Praia y Mindelo). Las otras islas, Sal inclusive, son una mezcla de trozos de desierto, que el viento ha soplado mar adentro, o rocas volcánicas con bastante vegetación esparcidas en medio del Océano Atlántico.



El hedor es casi insoportable pero, de alguna manera, el ruido incesante de las olas y la visión ocasional de una ola metro y medio rompiendo perfecta en medio de los arbustos, impide que mi cerebro reaccione a lo que recibe desde la nariz. De pronto, noto algo extraño bajo de mis pies y el hedor me golpea todavía más fuerte si cabe, a la vez que me doy de bruces con el origen del mismo: acabo de pisar lo que queda de un cadáver de cabra. Levanto la mirada y, en medio de dos arbustos, me aparece un reef de derechas perfecto. En una calita, a mi izquierda, rompe una olita de metro pasado perfecta hasta la última gota de agua, mientras que un poco más arriba hacia el pico, otra ola está empezando a levantarse. Acabo de encontrar lo que bautizo, en aquél mismo momento, como la Calita de la Cabra Muerta. Las condiciones son perfectas: el mar de un azul oscuro muy intenso, el viento terral muy ligero (nada que ver con el incesante huracán de Sal), luce el sol y nadie a la vista, exceptuando un pequeño barco de pescadores a medio camino del horizonte. Dejo caer mi tabla y la mochila, y malgasto un segundo en pensar en la peña que he dejado atrás en Sal un par de días antes.


(Tchirá o la Calita de la cabra muerta para mí)

Llegué al pueblo, que se encuentra a media hora de camino de la Calita, la tarde del día anterior, tras 30 minutos en avión desde Sal y una noche de juerga en la capital de esta isla. Antes, en el avión de Sal hacia esta isla, coincidí con dos chicas hispano parlantes; hablé con ellas un rato, pues estaban sentadas muy cerca, y me di cuenta de que se mostraban muy recelosas e incómodas con la gente local. Resultaron ser paraguayas, y venían a visitar a un amigo caboverdiano que habían conocido en América tiempo atrás… pero hasta su llegada a Sal, no se habían dado cuenta de que éste es un país africano y que la gran mayoría de la gente tiene la tez oscura, lo que les provocaba cierta desconfianza y miedo. En el aeropuerto las dejé en manos de su amigo, un mulato de buena presencia y con clase, algo mayor, y cuya foto recordaba haber visto como miembro de alguna de las candidaturas de las elecciones inminentes. Les deseé mucha suerte con su viaje, pues iban a necesitarla con esa actitud, y busqué un taxi para que me llevase a algún hotel. Siendo sábado, después de cenar le pedí al conserje/propietario/servicio de habitaciones/recepcionista y botones del humilde, pero céntrico, hotel en el que me hospedaba, que me indicase donde podía ir de fiesta. Me dijo que tenía dos opciones: la zona de bares del puerto o una discoteca de nombre Zero Horas, pues esa era la hora a la que abría sus puertas. Viajando solo, me incliné por la segunda opción por prudencia. La discoteca resultó ser bastante aburrida, sobretodo comparada con alguno de los tugurios de Santa María: gente pija, todo caboverdianos o angolanos exiliados en las islas, poco desmelene y mucho grupito cerrado. Me retiré pronto, preparándome para el trayecto de hoy, que tenía que llevarme hasta mi destino final.
(El puerto del pueblo cuando llegan los pescadores)

Así pues, eché un vistazo a estos mismos arrecifes a mi llegada, por la tarde, tras cruzar la isla a toda velocidad a bordo de una Hiace* por carreteras de adoquines, sinuosas y muy estrechas, que discurren muy cerca (demasiado) del borde del precipicio que las bordea. Pero el mar estaba muy pequeño. En cambio esta mañana… ¡Qué diferencia! Este es el tercer pico que he visto en media hora de camino desde el pueblo. Los dos primeros – una izquierda que rompe en agua profunda y una derecha con pinta peligrosa- parecen desfasados (a pesar del viento terral), con muchos cerrotes. El mar está de unos buenos 2 metros y viene ligeramente ladeado. En la Calita de la Cabra Muerta, aunque está más pequeño es, con diferencia, donde rompe la mejor ola.
Mientras me estoy cambiando, veo en la distancia la silueta de un surfista que anda hacia donde me encuentro. Un par de minutos más tarde, me saluda:

“¡Bom dia! Fican ondas altas, ¿eh?”

Se llama Kabongo y es uno de los pocos surfistas locales: joven, alto, delgado y a pesar de tez oscura, su melena rasta es más rubia que negra. Me cuenta que esa ola tiene un nombre: Tchirà, con motivo de la primera persona que la surfeó de forma consistente, un francés que vivió allí hace ya algún tiempo.
¡¡Adiós a mis sueños de bautizar una ola!!


(Cadjou, es una izquierda pero en alguna serie también sale una derecha. A consumir sin moderación.)


Mi nuevo compañero no tiene prisa pues, según él, la ola será mucho mejor con la marea más baja, y me aconseja que deberíamos primero surfear Cadjou, la izquierda con mucha agua que vi hace un rato. Nuestro primer baño en Cadjou es bastante mediocre: no paramos de comer las series mientras intentamos coger las olas medianas, que son las que ofrecen un buen recorrido, rápido y con espacio para un par de giros, antes del cerrote final. Tras cruzarnos con un par de tortugas en el pico, y pillar dos o tres olas buenas, decidimos que el mar está demasiado grande para que la ola funcione correctamente.

¡Pero el baño de la tarde en Tchirà es exactamente lo que yo andaba buscando! Olas perfectas de 1 metro pasado, con una primera sección hueca seguida de un muro largo perfecto para pegar giros y más giros. El agua es transparente y está relativamente caliente. El sol luce sin parar y Kabongo, Paul y Tchà, los tres surfistas locales, los mejores compañeros de sesión que podía haber encontrado.


(Tchà en acción en Tchirà)


Los 5 días siguientes se confunden en mi mente cuando escribo estas líneas, pues se repiten con una deliciosa monotonía: 3 o 4 baños al día, principalmente en Tchirà y Cadjou, con la excepción de una sesión, tratando de evitar los cerrotes y buscando algún tubo, en Ponta Brava. Entre baño y baño, buscamos la sombra de los arbustos, comemos plátanos y chupamos caña de azúcar, sacándonos las púas de los erizos de las plantas de los pies los unos a otros y hablando (ellos hablan más creole que portugués, pero con un poco de esfuerzo logramos entendernos) de lo humano y de lo divino.

(Ponta Brava. El nombre lo dice todo)


(Kabongo en Tchirà)


Mis 3 compañeros están sedientos de información sobre lo que ocurre, surfísticamente hablando, más allá del perímetro de su isla. Solo poseen lo que otros surfistas de paso les han dado, y no es mucho. Me doy cuenta que Kabongo no se pone lo que le queda de un viejo bañador de una marca de surf muy conocida cuando va al agua, si no que utiliza unos boxers viejos, utilizando los otros para presumir por el pueblo. Sus tablas están hechas polvo, llenas de toques mal reparados y amarillas, pero sin precio para ellos. No ven a muchos surfistas de paso: un par de franceses, algunos portugueses y brasileños, y algún yanqui de los Peace Corps. Para ellos es un evento nada desdeñable el poder surfear con un “extranjero”, y más cuando saben que significa la posibilidad de que deje atrás algo de material. Lo que les falta en habilidad, lo suplen con creces en generosidad (se prestan las tablas los unos a los otros) y amabilidad. Mis escasas habilidades en lengua portuguesa son suficientes para ganarme un puesto en el “team”, y me tratan como uno más. Estos chavales podrían dar clases de lo que es el espíritu del surf a gente de muchas otras orillas, donde parece que lo sepamos todo acerca del surf. Eso sí, con el paso del tiempo se han dado cuenta que no todo el mundo es igual: por ejemplo, recuerdan muy bien la visita de una revista portuguesa el invierno anterior, con un par de pros de ese país y un fotógrafo, por que a pesar de estar cargados hasta las cejas con material de surf y estar esponsorizados, y a pesar de que los chavales les enseñaron e informaron cada día de las mejores olas según la marea, al largarse no les regalaron ni siquiera una pastilla de parafina. El hecho de que, unos meses más tarde, la revista les mandó un ejemplar del número con el reportaje en cuestión, donde aparecían fotos de Tchá surfeando en Cadjou, no les ha hecho borrar el mal sabor de boca.

Es mi último fin de semana y el mar ha bajado mucho: medio metro escaso, lo cual es una lástima por que el Campeonato de Surf y Bodyboard de Cabo Verde (que a pesar del nombre, no es más que una reunión de amigos) se lleva a cabo en “nuestros” picos. Se espera la presencia de surfistas y corcheros de todas las islas. A mi gran sorpresa, son gente de Praia y Mindelo (las dos ciudades principales del archipiélago) los organizadores, que ni siquiera se lo comentaron a los chavales del pueblo. A pesar de ello, estos están muy motivados para medirse a la peña de la ciudad, deseando que las olas sean grandes y potentes. Pero no es así; la competición se desarrolla en medio metro justito que rompe en poca agua encima de rocas muy afiladas. Compiten unos 20 corcheros y solamente 8 surfistas. Los jueces son todos de la ciudad y algunas decisiones son sospechosas, siempre en contra de los chavales del pueblo. Únicamente Paul llega a la final, en la que acaba 3º. Pero la alegría es grande y lo festejamos por todo lo alto: ¡Si en estas condiciones, en las que ninguno de ellos normalmente surfea, Paul ha sido 3º, qué hubiera pasado con olas grandes y potentes en Ponta Brava!

(Público durante el campeonato. Es lo que los anglosajones llamarían un low key contest)

“Cabo Verde ê um arv’ frondoso
Sumnho’d na mei d’Atlantico
Sês rama espaiode
Na mund inter
Cada folha ê um fidjo querid’
Partí pa longe pa ventura’
Pa’ um futur mas feliz e dignidade
Nôs gent ê um povo unid
Na paz e morabeza
Cabo Verde nos cantinho querido
Berço de amor e sodade
Paraíso di Atlántico”

“Paradiso di Atlántico”. Letra de Manuel de Novas, interpretada por CESARIA EVORA en “Café Atlántico”
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EPILOGO
Todo eso ocurrió durante el mes de Enero del 2001. No he vuelto a pisar suelo caboverdiano desde entonces, aunque algunos meses más tarde vi fotos de Kabongo, Paul y Tchà en una revista francesa. Gracias a Dios, no nombraban ni la isla. Un día volveré a ese lugar, sabiendo que este no será tan agradable, ni tan solitario y que habrá mucha más gente en el agua.
Básicamente, no será tan… perfecto.
Espero que para entonces habré estado en muchos otros sitios con buenas olas, donde los locales, igual que Kabongo, Paul y Tchà, saben que la esencia del surf no radica en “tener” (una tabla del mejor shaper, ropa de las marcas adecuadas, el último traje, un 4x4 de lujo…) si no en “ser”.


(De izquierda a derecha: Kabongo, Paul y Tchà)


Niegà (2006)

*Como en la gran mayoría de países del África, el transporte público es vital. En Cabo Verde este consiste en una red de microbuses (colectivos), casi todos del modelo Hiace de Toyota, por lo que la gente se refiere a esa modalidad de transporte como Hiace (pronunciado "jaiass"), sean de la marca que sean.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

me reitero, para cuando un libro¿?!!
Tu manera de narrar no dista mucho de la de escritores que purulan por ahi.Animo y sigue deleitandonos con tus vivencias.Gracias
Vic

Anónimo dijo...

Increible Felip. Es to no tiene precio!!!

La primera vez que ví algo de Cabo Verde fue en una 3sesenta supervieja. Dos hermanos de Bilbao (creo que eras los Villalonga) fueron un verano y uno de ellos volvió sin mano por un mordissco de un tiburcio.

Por cierto, las fotos de la revista francesa donde aparecían tus colegas probablemenete sean de Greg Rabejac, un enamorado de Cabo Verde.

Un saludo!!!

Anónimo dijo...

muy bueno niegà...muchisimas gracias!!!

Anónimo dijo...

Muy bueno, juraria haber leido esto, pero mas resumido, en otra ocasion anterior. ¿Es posible, o me traiciona la memoria?

Un Saludo.

Niegà dijo...

En efecto Kingmatt. Lo que leiste fue la introducción y la 1ª parte en el último número del fanzine The Lonely Mind (nº 10, creo), que se remonta al otoño pasado. La segunda parte + epílogo tenía previsto salir en el número 11, pero viendo que no sale he decidido colgarlo todo junto aquí, así como fotos varias que hice durante ese viaje.

Niegà

Anónimo dijo...

Dale tiempo a Usul, que se nos ha casao hace poco, JAJAJA. Seguramente no tendra mucho tiempo libre ultimamente.
¿Habra ido de luna de miel a algun sitio con olas?
Igual se trae una buena cronica.

Un Saludo.

Anónimo dijo...

que gusto da leerte!!
muchas gracias por ese relato tan sabroso...

Por cierto, tengo una hermana que pasa bastante tiempo por alli y precisamente en una de las "otras islas"... ya comentaremos...

Anónimo dijo...

Perdon, solo me deja comentar como anonimo... ahora si firmo,
Pedrua