jueves, 16 de abril de 2020

Brazil Ep 3 - El Pro



Como mencioné en la primera entrada, la mejor zona en cuanto a olas en la Praia do Amor es la que rompía justo frente del chiringuito de los locales y de donde te dejaban las escaleras. De allí hacia el Sur (la derecha mirando al mar), las olas cada vez eran más orilleras y cerronas, pero también había menos gente y mucho más repartida. Así que acostumbraba a entrar en el pico bueno e intentar que me cuadraran un par antes de que la presión de la gente, y la corriente, me obligara a dejarme llevar hacia esa tierra de nadie del centro de la playa. La verdad es que ahí las olas eran tan buenas o mejores que en el pico principal, y había muchas más derechas, pero tardaban más y el pico se movía mucho. Al final, con el paso de los días, nos íbamos encontrando las mismas caras en ese pico y ya sabíamos de qué palo cojeaba cada uno. 

Por ejemplo uno de los chavales que mejor surfeaba solo cogía izquierdas. Era goofy, y ya le podía venir la mejor derecha del día justo allí donde se encontraba, que él nada de nada. Así que era era fácil situarse siempre a su derecha para dejarle vía libre a las zurdas y poder remar la derecha tranquilo. 

Había un par que lo cogían todo, o al menos lo remaban todo, fuese buena o mala. En ese caso, si me encontraba cerca, siempre dejaba pasar la primera ola de la serie pues sabía que a la segunda no iban a poder darle. Y así poco a poco acababa cogiendo mis olitas… sin darme cuenta de que los demás seguramente también me habían pillado mis puntos débiles y sabían aprovecharse de los mismos, en una entente cordial y muy productiva para todos.

Y luego estaba él. No era el que mejor surfeaba pero destacaba entre los chavales locales por tener un color de piel muy claro y unos rasgos físicos mucho más europeos; quizá por eso asumí que no era local de Pipa. Eso, y que surfeaba distinto. Debía tener unos 20 y tantos y casi siempre acababa en el centro de la playa con nosotros. Tenía un surf muy mecánico; nunca jugaba con la ola sino que siempre la exprimía al máximo, como si estuviese en una manga, y la apuraba hasta la última espuma. De vez en cuando intentaba algún aéreo (que nunca le vi planchar), pero lo suyo era destrozar la ola a giros. A diferencia de los demás estaba muy concentrado todo el rato. No hablaba, y no paraba de remar arriba y debajo buscando una ola buena. De vez en cuando se giraba y hacía gestos hacia alguien en la arena. 

Y es que allí, en la arena, estaba ella, su pareja. Apenas 20 años, bajita y muy rubia con melena larga, con un tatuaje artístico y nada invasivo en la espalda y un bikini exiguo. Con la cámara en la mano se pasaba todo el rato en la orilla grabándole. Al cabo de los días les pude observar con más calma. Llegaban y rápidamente iban cada uno a lo suyo. Él a poner las quillas y encerar la tabla (siempre impoluta, como recién sacada del rack de la tienda), y ella a preparar la cámara. A continuación él se iba al agua y ella se ponía a grabarle cada ola desde la orilla. Intercambiaban señales un par de veces. Al cabo de una hora él salía del agua, se secaba y se largaban. Eran brasileños (les oí hablar una vez al pasar cerca) y seguramente de clase acomodada, al menos eso parecía por la tabla, ropa, etc. Nunca les vimos reír, quizás alguna sonrisa y poco más. Él no parecía pasarlo muy bien en el agua ni ella en la arena. El contraste con los locales del pueblo, para quienes el surf era muy social y un verdadero divertimento, era muy palpable. Pese a que no era un surfista profesional, surfear parecía su trabajo, al menos esos días en que yo le vi. Por eso le bauticé como “el pro”.

Jamie O'Brien viajó este invierno a Baía Formosa a casa de Italo Ferreira. Los paisajes, las olas, la interacción con la gente, los surfistas, etc me recordaron mucho a mi estancia en Pipa, que se encuentra a escasos kilómetros de la localidad natal de Italo.


A tan solo 20 kilómetros de distancia en línea recta al Sur de Pipa -aunque se tarda algo más de 1 hora en coche puesto que hay que dar un largo rodeo por el interior-, se encuentra el pueblo de Baía Formosa. Lugar donde nació, creció y sigue viviendo el actual campeón del mundo de surf, Ítalo Ferreira. Después de compartir varios baños con los locales de Pipa y de observarles desde la orilla, reconozco en ellos la misma actitud seria pero desenfadada en el agua que Ítalo muestra en la vida …excepto durante una manga. A diferencia del “pro” del que he hablado antes, a Ítalo y a los chavales de Pipa se les nota que disfrutan cuando surfean, expresan emociones al surfear la ola de la misma manera que no paran de hablar entre dos series. Es un surf más latino, y también más primitivo en el aspecto en que el surf era considerado un deporte y un divertimento por los polinesios, no una competición. Quizá no sea un surf tan profesional… pero solo cuando no están compitiendo! Pero quizá, a diferencia del “pro” protagonista de esta historia, han logrado alcanzar ese equilibrio perfecto entre el rendimiento máximo y el divertimento.



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