¡Run, man, run!
Son 146km de monótona agonía; lenta y cruel angustia a los que una ligera curva hacia la izquierda pondrá final. Cuando yo empiezo no eres más que un ligero punto en el retrovisor, todavía trazando las últimas curvas que yo ya he dejado atrás. Nuestro Ford Falcon SW del 1981 ruge y transporta su carga eficazmente: dos tablas, el contenido de dos mochilas, un colchón, algo de comida, un ratón-polizonte y nosotros dos. Y varios meses de recuerdos y aventuras de viaje.
Salimos esta mañana desde Albany, tras pasar la noche en la cima de una colina con vistas a la bahía desde nuestra cama móvil. El ratón ha hecho de las suyas, y ahora sabemos a qué corresponden esos diminutos pasos que oíamos dentro el vehículo mientras intentábamos conciliar el sueño. Nunca llegaremos a verle a pesar de que nos acompañará desde Yallingup hasta Adelaide, donde hacen la mejor cerveza de este país. Poco más hay en Adelaide -aparte del almacén de cereales de la Coopers-, que le pueda interesar a un roedor.
Tras limpiar las sobras de la cena de nuestro valiente polizonte (algo de pasta y galletas), desayunamos en un bar del centro donde todos se parecían al Capitán Ahab. Aunque quizá fuese mi imaginación la que me hacía ver viejos lobos de mar en cada esquina, con ojos vidriosos llenos de 40 rugientes y temporales monstruosos. Al fin y al cabo Albany había sido un importante puerto ballenero en el pasado. El aire era fresco del Sudoeste y Albany lo recibía de cara, escondida dentro de su puerto natural y sin ningún Moby Dick que ocupar a esos lobos de mar que deambulaban por las calles, de bar en bar. Fuimos a ver un par de playas y apenas tuvimos valor para salir del coche.
Ya eres algo más que un diminuto punto negro. Consigo entrever tu forma y, sobretodo, tu tamaño. Me lo imaginaba: eres enorme. Todavía no consigo discernir tus colores. Me has visto y sé que me tienes en tu punto de mira. A mi lado ella duerme. Si el Nullarbor ya es aburrido de por sí este tiralíneas se lleva la palma. Intento que la tensión que me apodera en esta carrera no la despierte.
En Esperance nos llovió y no pudimos admirar nada de sus magníficas bahías. Ahí también dijimos adiós a la vegetación. ¡Qué contraste! 24 horas antes, camino de Albany, nos habíamos perdido cerca de Denmark y acabamos en una pequeña carretera secundaria. Conducíamos rodeados por gigantescos árboles que nos engullían y nos dejaban sin luz. Cada curva de esa carreterita servía para esquivar una de esas maravillas de la botánica; nunca ví un trazado tan integrado en la naturaleza. En las afueras de Esperance dejamos la costa y empezamos a seguir un trayecto paralelo a la misma... pero a un centenar de kilómetros al interior. Los árboles fueron sustituidos por arbustos bajos y una tierra de color grisáceo. Quizá era el reflejo del gris del cielo…. Desde luego que hace honor a su nombre: Nullarbor – ningún árbol.
Apenas llevamos la mitad y ya es notable la distancia que me has recortado. La ausencia de curvas te facilita el trabajo, desde luego. Intento esquivar cadáveres de canguros; sospecho que son otros como tú los que los han abatido en una de vuestras carreras nocturnas. En la última gasolinera en la que paramos el nuestro era el único vehículo que no llevaba los protectores especiales. También era el único coche sin prisa por llegar a su destino.
En Eucla volvemos a ver el mar. Llegamos de noche y nos dirigimos al pub después de improvisar una cena, con ayuda del fogoncito de camping que compramos en Margaret River. El pub es uno de los escasos edificios de esta localidad (junto con la gasolinera y las casas donde viven, respectivamente, el dueño del pub y el de la gasolinera). No llegamos a una decena los clientes del bar, pero rápidamente empezamos a hablar unos con otros. Todos van a cruzar -o acabamos de cruzar en nuestro caso- el desierto, en un sentido u otro. Todos excepto 3 personas: el propietario del bar y dos trabajadores de la vía férrea que han venido a tomarse una copa. Estos últimos, para tomarse una cerveza en compañía de otras personas han tenido que hacer más de 80kms en su viejo –pero fiable- 4x4. Viven al lado de la vía férrea, y esta circula en paralelo a la carretera pero mucho más al interior. Hace más de una semana que no ven a otro ser humano. Por no ver, ni siquiera divisan las caras de los que circulan en los trenes cuando pasan delante suyo. Unas horas más tarde será otro tipo de ceguera la que sufrirán: la del exceso de alcohol. Dormirán detrás de una duna hasta que el frío los despierte y, a trancas y barrancas, vuelvan a recorrer esos 80km hasta su choza cerca de la vía férrea. Nosotros conducimos por la mañana hasta la orilla del Océano. A nuestra derecha la Great Australian Bight, el gran acantilado de la costa sur australiana que transcurre durante kilómetros. A nuestra izquierda la costa de Cactus a sólo un par de centenares de kilómetros; pero la reputación de Cactus (localismo, tiburones) es más fuerte que mis ansias de surf y volvemos a nuestro asfalto.
Tras limpiar las sobras de la cena de nuestro valiente polizonte (algo de pasta y galletas), desayunamos en un bar del centro donde todos se parecían al Capitán Ahab. Aunque quizá fuese mi imaginación la que me hacía ver viejos lobos de mar en cada esquina, con ojos vidriosos llenos de 40 rugientes y temporales monstruosos. Al fin y al cabo Albany había sido un importante puerto ballenero en el pasado. El aire era fresco del Sudoeste y Albany lo recibía de cara, escondida dentro de su puerto natural y sin ningún Moby Dick que ocupar a esos lobos de mar que deambulaban por las calles, de bar en bar. Fuimos a ver un par de playas y apenas tuvimos valor para salir del coche.
Ya eres algo más que un diminuto punto negro. Consigo entrever tu forma y, sobretodo, tu tamaño. Me lo imaginaba: eres enorme. Todavía no consigo discernir tus colores. Me has visto y sé que me tienes en tu punto de mira. A mi lado ella duerme. Si el Nullarbor ya es aburrido de por sí este tiralíneas se lleva la palma. Intento que la tensión que me apodera en esta carrera no la despierte.
En Esperance nos llovió y no pudimos admirar nada de sus magníficas bahías. Ahí también dijimos adiós a la vegetación. ¡Qué contraste! 24 horas antes, camino de Albany, nos habíamos perdido cerca de Denmark y acabamos en una pequeña carretera secundaria. Conducíamos rodeados por gigantescos árboles que nos engullían y nos dejaban sin luz. Cada curva de esa carreterita servía para esquivar una de esas maravillas de la botánica; nunca ví un trazado tan integrado en la naturaleza. En las afueras de Esperance dejamos la costa y empezamos a seguir un trayecto paralelo a la misma... pero a un centenar de kilómetros al interior. Los árboles fueron sustituidos por arbustos bajos y una tierra de color grisáceo. Quizá era el reflejo del gris del cielo…. Desde luego que hace honor a su nombre: Nullarbor – ningún árbol.
Apenas llevamos la mitad y ya es notable la distancia que me has recortado. La ausencia de curvas te facilita el trabajo, desde luego. Intento esquivar cadáveres de canguros; sospecho que son otros como tú los que los han abatido en una de vuestras carreras nocturnas. En la última gasolinera en la que paramos el nuestro era el único vehículo que no llevaba los protectores especiales. También era el único coche sin prisa por llegar a su destino.
En Eucla volvemos a ver el mar. Llegamos de noche y nos dirigimos al pub después de improvisar una cena, con ayuda del fogoncito de camping que compramos en Margaret River. El pub es uno de los escasos edificios de esta localidad (junto con la gasolinera y las casas donde viven, respectivamente, el dueño del pub y el de la gasolinera). No llegamos a una decena los clientes del bar, pero rápidamente empezamos a hablar unos con otros. Todos van a cruzar -o acabamos de cruzar en nuestro caso- el desierto, en un sentido u otro. Todos excepto 3 personas: el propietario del bar y dos trabajadores de la vía férrea que han venido a tomarse una copa. Estos últimos, para tomarse una cerveza en compañía de otras personas han tenido que hacer más de 80kms en su viejo –pero fiable- 4x4. Viven al lado de la vía férrea, y esta circula en paralelo a la carretera pero mucho más al interior. Hace más de una semana que no ven a otro ser humano. Por no ver, ni siquiera divisan las caras de los que circulan en los trenes cuando pasan delante suyo. Unas horas más tarde será otro tipo de ceguera la que sufrirán: la del exceso de alcohol. Dormirán detrás de una duna hasta que el frío los despierte y, a trancas y barrancas, vuelvan a recorrer esos 80km hasta su choza cerca de la vía férrea. Nosotros conducimos por la mañana hasta la orilla del Océano. A nuestra derecha la Great Australian Bight, el gran acantilado de la costa sur australiana que transcurre durante kilómetros. A nuestra izquierda la costa de Cactus a sólo un par de centenares de kilómetros; pero la reputación de Cactus (localismo, tiburones) es más fuerte que mis ansias de surf y volvemos a nuestro asfalto.
Estás a menos de un kilómetro detrás nuestro. Eres de color rojo y blanco y levantas una enorme nube de polvo y humo detrás tuyo. Puedo adivinar la sonrisa en tu cara en mi retrovisor, pero me quedan un par de centímetros en mi acelerador. El Falcon responde a mi urgencia con pereza; es lo que tienen los coches automáticos. Ella se mueve a mi lado y se sube un poco la cazadora que utiliza a modo de manta. La ventanilla del copiloto no cierra totalmente y se cuela un poco de aire gélido. El desierto está frío y el viento del sudoeste que nos empuja también trae humedad del Océano hasta aquí. Según mis cálculos quedan menos de diez kilómetros y espero poder aguantar delante tuyo hasta el final.
Al pasar la frontera de un estado con otro tenemos que abandonar toda la fruta; forma parte de las medidas para evitar la proliferación de enfermedades y plagas. Como no nos preguntan si llevamos algún ratón no decimos nada, y nuestro polizonte –escondido en algún lugar que todavía no hemos descubierto- sigue a bordo. Poco después nos encontramos en medio de una ciudad que no existe. Al menos en el mapa de carreteras que tenemos. Dudamos de si estamos donde creemos estar o no… pero sí, seguimos estando en la carretera hacia Adelaide. En esta ciudad solamente vemos aborígenes; es una de esas realidades que desde Europa no conocemos y que el Gobierno australiano ha mantenido fuera de la opinión pública internacional durante años: un apartheid a la australiana, donde los aborígenes reciben todo tipo de ayudas para no moverse de allí. Para no molestar. Son varios los hombres borrachos que cruzan las calles, casi sin mirar, a nuestro paso. Según aprendo más tarde el alcohol es mucho más barato en esas “ciudades” que en cualquier otra parte de Australia.
La distancia se mantiene y ya quedan menos kilómetros. Ahora mismo todo es posible. De pronto veo una mancha muy grande que se acerca en dirección opuesta. Es lo que tiene estar pendiente del retrovisor: olvidas lo que tienes enfrente. Es otro monstruo y, como tú, también circula por el centro de la calzada. Tengo que apartarme y las ruedas de mi lado izquierdo muerden el polvo del arcén. Ella se mueve y parece que va a despertarse, pero al final el sueño la vence. El ruido del coche ha variado durante apenas unos segundos para volver a su rutina. Unos instantes más tarde oigo como os saludáis a base de bocinazos. Espero que eso te haya hecho disminuir la velocidad y eso me dé unos metros extras de ventaja. Ya quedan menos kilómetros…
Streaky Bay. Llegamos de noche. Mi guía de olas de Australia dice que hay algunas olas clásicas en esta zona, entre ellas Granites. Es un lunes y es festivo, y la única luz que vemos en todo el pueblo es la del pub. Entramos a los acordes de Brown Eyed Girl de Van Morrison. Toca un grupo local y el pub está lleno. Hay familias enteras; bebés y abuelos incluidos. En las paredes también vemos familias enteras… de tiburones. Apenas hay un trozo de pared que no tenga una fotografía de algún escualo pescado en aguas cercanas. Y en la mayoría de casos se trata de tiburones blancos, de enormes proporciones, colgando de una grúa en el muelle del puerto con el pescador posando, diminuto, a su lado. Reconozco varias caras de las fotos más recientes entre el público. El día siguiente amanece soleado y sin viento. En la playa del pueblo hay un pico y nadie en el agua. A pesar de que hace una semana que no me doy un baño… ni me lo planteo.
Al pasar la frontera de un estado con otro tenemos que abandonar toda la fruta; forma parte de las medidas para evitar la proliferación de enfermedades y plagas. Como no nos preguntan si llevamos algún ratón no decimos nada, y nuestro polizonte –escondido en algún lugar que todavía no hemos descubierto- sigue a bordo. Poco después nos encontramos en medio de una ciudad que no existe. Al menos en el mapa de carreteras que tenemos. Dudamos de si estamos donde creemos estar o no… pero sí, seguimos estando en la carretera hacia Adelaide. En esta ciudad solamente vemos aborígenes; es una de esas realidades que desde Europa no conocemos y que el Gobierno australiano ha mantenido fuera de la opinión pública internacional durante años: un apartheid a la australiana, donde los aborígenes reciben todo tipo de ayudas para no moverse de allí. Para no molestar. Son varios los hombres borrachos que cruzan las calles, casi sin mirar, a nuestro paso. Según aprendo más tarde el alcohol es mucho más barato en esas “ciudades” que en cualquier otra parte de Australia.
La distancia se mantiene y ya quedan menos kilómetros. Ahora mismo todo es posible. De pronto veo una mancha muy grande que se acerca en dirección opuesta. Es lo que tiene estar pendiente del retrovisor: olvidas lo que tienes enfrente. Es otro monstruo y, como tú, también circula por el centro de la calzada. Tengo que apartarme y las ruedas de mi lado izquierdo muerden el polvo del arcén. Ella se mueve y parece que va a despertarse, pero al final el sueño la vence. El ruido del coche ha variado durante apenas unos segundos para volver a su rutina. Unos instantes más tarde oigo como os saludáis a base de bocinazos. Espero que eso te haya hecho disminuir la velocidad y eso me dé unos metros extras de ventaja. Ya quedan menos kilómetros…
Streaky Bay. Llegamos de noche. Mi guía de olas de Australia dice que hay algunas olas clásicas en esta zona, entre ellas Granites. Es un lunes y es festivo, y la única luz que vemos en todo el pueblo es la del pub. Entramos a los acordes de Brown Eyed Girl de Van Morrison. Toca un grupo local y el pub está lleno. Hay familias enteras; bebés y abuelos incluidos. En las paredes también vemos familias enteras… de tiburones. Apenas hay un trozo de pared que no tenga una fotografía de algún escualo pescado en aguas cercanas. Y en la mayoría de casos se trata de tiburones blancos, de enormes proporciones, colgando de una grúa en el muelle del puerto con el pescador posando, diminuto, a su lado. Reconozco varias caras de las fotos más recientes entre el público. El día siguiente amanece soleado y sin viento. En la playa del pueblo hay un pico y nadie en el agua. A pesar de que hace una semana que no me doy un baño… ni me lo planteo.
Si la vista no me falla ya veo el final de esta agonía. Mis manos, brazos y hombros están totalmente entumecidos por la falta de acción. Pero tu también lo has visto y has apretado el acelerador. Te acercas cada vez más. Quizá falten apenas un par de kilómetros. Pero ya estás ahí. Llega un momento en que el ruido de tu motor es más fuerte que el del Falcon. No te voy a dar el placer de avisarme de que me aparte, pero voy a intentar apurar al máximo. Haces un primer amago y sigo con la mirada como te desplazas hacia la derecha. Es entonces cuando me aparto y piso el arcén. Me adelantas y me saludas a la vez que anticipas la primera curva. Cabina + 3 trailers: un road train en toda regla y a toda prisa. Juntos hemos recorrido la linea recta más larga de Australia.
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1996 & 1997: Pasé 2 meses en Indo + 2 meses en Western Australia + 1 mes cruzando en coche desde W.A. hasta Sidney, y más de un año en Sidney y alrededores currando. Y uno de los recuerdos más frescos que tengo fueron esos 146km de línea recta con un road train detrás. Siento mucho la ausencia de fotos originales; la relación se acabó y las diapos se las quedó ella.
10 comentarios:
Cuanta nostalgia, ¡que tiempos!, me recuerda al viaje a la inversa hecho dos años después, y esos días mágicos que pasé en Cactus, fui el primer español en sufear en Cactus, y espero no seguir siendo el único.
Algún día volveré.
Magnífico, tus relatos son inspiradores y a la vez me producen una envidia sana, dan ganas de coger la mochila, la tabla y salir huyendo. Gracias y esperaré impaciente tu próximo relato.
Tio, un 10. Has echo que yo mismo oiga e ese raton, y que me angustie, ante la cazada del Road Train.
Gracias por el relato.
Desde hoy, me uno a esos amigos tuyos, que te animan a escribir algo mas largo.
Un Saludo.
Definitivamente, es Vd. la persona que me puede asesorar para mi futuro viaje a la zona...
Tres bon, mon amie!
Un buen paseo, sí señor. Estilo fronterizo. Polvo, desierto, una recta finita pero bestial y un ratón que no sabe que le cambian de océano.
¡Salute!
Gran relato Niegá, que bien contado.
funkymonk
Yo hice el viaje desde melbourne hasta margaret y para mi lo mejor fue cactus, ese sitio tiene algo
Niegá voy a ir a pasar unos cuantos meses a Australia este invierno. Parto de cero en cuanto a conocimiento del lugar, no se como voy a ganarme la vida, trabajare en lo que sea. El tema de conseguir un coche es complicado? esa ranchera con tan buena pinta os costo mucho dinero? supongo que se tratara de comprar al llegar y vender al marchar. Muchas gracias por el maravilloso relato.
Un saludo
Bruno mándame un mail a elniega(arroba)gmail.com
Ciao!
Niegà
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