Reflexiones de viernes y sábado
Viernes
Primer día de la marejada. Dadas las características de la misma (dirección, viento, período…) no me creo mucho las previs de Surfline para mi trocito de costa (los 3 kms de playa que me quedan más cerca de casa, y que comprenden un puerto, dos espigones y una larga extensión de arena).
“Muy optimista estás tu…” le susurro a la pantalla mientras compruebo por enésima vez los partes.
En efecto, voy mirando la webcam a lo largo de la mañana y, a medida que aumenta el tamaño para llegar a nivel “casi-surfeable”, también lo hace el viento y disminuye el periodo. Quizá hay un momento en que parece que… se diría que… igual esa… pero me pilla en plena videoconferencia a cuatro bandas y no puedo escaparme.
Bajo a la playa después, a la tarde, con todo el pescado vendido. Ventarrón y 15 cms. 10 cms en los sitios resguardados. Se me ocurren únicamente un par de lugares donde se podrá surfear en un radio de 45 minutos en coche. El que está más alejado es donde más mar le entrará, pero estará en modo supervivencia por el ventarrón. La webcam me lo confirma: en el agua solo hay gente con tablas de wind y kite en modo "volando voy, volando vengo" en un mar muy roto.
El otro está más cerca, pero está en la ciudad. Retenciones para entrar. Aparcar. Retenciones para salir. Jaleo. Confusión. Una pesadilla, vaya.
Cierro los ojos (virtualmente, no os aconsejo cerrar los ojos mientras conducís) y a la ciudad que voy. Llego. Aparco. Me asomo a la playa y me encuentro con esto:
En esta playa es donde más miedo he pasado en el agua con una tabla de surf. Fue una mañana, al amanecer, hará unos 8 años. Tenía reunión a media mañana en la ciudad y decidí ir ya a primerísima hora para pillar olas. Había un tamaño parecido al que veis en el vídeo, pero muy limpio. Cerrando (como casi siempre) y la tranquilidad duró 5 minutos. Luego ya éramos 50 en el agua. Y después 60. Y 80.
Y más …pero dejé de contar.
Cada ola era remada por más de 20 personas que, una vez en pie, intentaban surfear el cerrojo mientras sorteaban a la gente que por allí andaba pululando. Vi más caídas y encontronazos en 15 minutos que en un año de reels de Kookslams. Mi baño duró 45 minutos y solo cogí dos cerrotes. Salí espantado y agradecido de no haber recibido ningún golpe y mantener la tabla intacta.
El trauma sigue vivo. Grabo las imágenes del vídeo y regreso a casa.
Sábado – Y a ti quién te ha engañado?
Hoy el viento sigue pero el mar ha subido algo. Lo justo para un baño en condiciones mínimas, pero relativamente limpio. El banco no está muy bueno, pero es lo que hay. No rompe nada más en ningún otro pico de mi trocito de costa, y las opciones más alejadas no me convencen.
Este banco de arena en cuestión ha encogido desde la primavera, y estamos todos apelotonados en pocos metros cuadrados. Somos un mogollón (30?) o al menos esa es la sensación al estar tan juntos. Podrías cruzar el pico entero, sin mojarte, saltando de una tabla a otra.
Este banco de arena es muy …curioso (voy a ser amable). Es algo así como una minicordillera de arena sumergida bajo el agua, pues no conecta con la orilla, de unos 40 metros de largo (paralelamente a la orilla), por 20 metros de ancho. En el lugar donde cubre menos quizá haya unos 60 cms de agua. Y luego, vayas en la dirección que vayas, vuelve a cubrir y ya no tocas.
El tema es que en toda la playa las olas solo rompen aquí; pasa a menudo cuando son tan pequeñas. Hoy solo las más grandes ofrecen algo de recorrido (aunque sin fuerza) pero tardan. Y cuando llegan todos las remamos. Hacia la derecha, hacia la izquierda y hacia el centro. Y todo el mundo está contento si consigue ponerse de pie y “surfear” la espuma.
Veo un par de caras familiares, seguramente de hace 20 años, de cuando ya éramos muchos (pero no tantos) y todavía podías pegarle un grito al que te había saltado la ola (o remontaba por donde no debía) sin recibir miradas de reprobación ni una denuncia por bullying. De los más antiguos, la peña de los años 80 y 90, de cuando con solo ver los coches en el parquin ya sabías quien estaba en el agua, no veo a nadie. Algunos siguen surfeando pero es difícil coincidir.
Me impresiona el contraste entre la felicidad de la mayoría de los presentes, muchos de los cuales no consiguen coger ni una miserable espuma, y mi estado de ánimo.
Surfear es coger olas, que no espumas, y danzar encima de una tabla para acompañar a esa onda en los últimos instantes de su vida. Avanzar acariciando su pared, allí donde todavía tiene fuerza, y no ser arrastrado por la espuma en línea recta hacia la orilla. Pero la gente está sonriendo, hablan (nada interesante, creedme), algunos ligan o lo intentan y, sobre todo, reman; reman todo lo que se mueve.
Al cabo de un rato me pillo una mini derecha decente, exprimiendo los poderes mágicos de mi super-corchopán al máximo (modo turbo boost) para, una vez de pie y con una mini pared abriendo delante mío, ver como un cuarentón calvo se pone a remarla a mi lado mientras me mira (hacia arriba) y exclama “Sigue, no pares!!” a la vez que con su ubicación impide que yo pueda acceder a la pared de la mini ola que tanto me ha costado coger.
Eso (remar -sin ponerse de pie- y animarme a que yo siga surfeando) es todo lo que consigue hacer durante los pocos segundos de vida que le quedan a la ola. Cuando muere nos encontramos los dos donde el agua nos llega a la cintura y el tío ni se inmuta a pesar de mi cara, que no debe ser precisamente de júbilo, y se vuelve al pico con una gran sonrisa pues ha estado a punto de coger una ola.
No lo entiendo. A ese (y al 90% de los demás presentes) quién le ha engañado diciéndole que eso es surfear?
Sábado – El Jefe
En esas llega el Jefe.
En frente de ese pico, en la acera al otro lado de la vía del tren y de la carretera, hay un “Todo a 100” de surf. Un local donde alquilan tablas, dan clases de surf, de skate, de pádel, hacen yoga, pilates, puedes guardar tu tabla y seguramente también te enseñan a hacer tostadas de aguacate con semillas de chía y café de finca. Ese establecimiento, cuyo nombre combina el nombre de la comarca más la palabra “olas” (en inglés), lleva ya algunos años. Mi relación con el mismo se reduce a haber coincidido algunas veces en el agua con alguna clase.
En esos encuentros he logrado distinguir 2 niveles de alumnos y 1 nivel de exalumno. A saber:
los empujados: aquellos alumnos que no consiguen coger la ola si el monitor no les empuja;
los buenos: aquellos alumnos que dejan de ser empujados porque consiguen coger la ola, a veces, ellos solitos; que consigan ponerse de pie o no ya es otro tema;
los máquinas: cualquier exalumno de la escuela que, tenga el nivel que tenga, sigue pululando regularmente por el pico).
Pues a pesar de que ya estábamos rompiendo las costuras del pico, tanto por espacio físico como por el ratio de olas/espumas por persona en el agua, dos grupos con monitores del Todo a 100 de surf se adentran al agua. Un monitor se lleva al grupo de los empujados al extremo opuesto del banco de arena donde me encuentro. El de los buenos viene a mi zona, con el Jefe, fácilmente reconocible por ser el único monitor con lycra de color dorado (igualito que la que lleva el líder del ranking en la WSL) y su personalidad …desbordante.
Cuarenta y tantos, rapado, vozarrón y ese aire de amigo de todos a lo Bertín Osborne que tanto gustaba a nuestras abuelas. En cada ola ordena a sus alumnos que remen haya o no alguien ya remando -o incluso de pie- en la ola. Sus órdenes, consejos y comentarios son oídos en varios términos municipales colindantes, y los máquinas que se encuentran en el pico rápidamente van a saludarle, para enseñarle su nueva tabla o decirle que ya han hablado con fulano y mengano para que se apunten a sus clases, o al surfcamp de invierno en algún lugar exótico e instagrameable donde, en palabras del propio Jefe, “no solo se hace surfin!”.
En un momento dado, tras una serie, una alumna del grupo de los buenos le comenta que se ha caído al ponerse de pie porque le ha visto a él, al Jefe, remontando delante suyo y se ha asustado. A lo que el Jefe le contesta:
“ Tranquila, yo ya te había visto. Porque a la muerte siempre hay que mirarle a los ojos”.
En ese mismo instante estoy convencidísimo que en su residencia californiana de Carmel-by-the-Sea, Clint Eastwood y Harry el Sucio han sabido que ya pueden morir en paz porque su relevo está asegurado.
Y también en ese momento yo decido que es hora de salir del agua.
Sábado – Spicoli is in da house
Uno de los primeros máquinas que se ha acercado a saludar y rendir pleitesía al Jefe es Jeff Spicoli. 20 y pocos, fibrado (puro bro de gym), bajito y con tabla corta. Pero lo que me había llamado la atención de él, mucho antes de que llegase el Jefe, era su look: iba en bañador (el único; el agua está buena pero no para surfear un buen rato en bañador), llevaba (OJO al detalle) gafas de sol rojas y un collar de puka al cuello. Es más: su expresión y su rostro eran muy similares a los de Sean Penn interpretando el papel del surfista adolescente Jeff Spicoli en Fast Times at Ridgemont High. Quizá con el pelo un poco más corto, pero clavado. De ahí que lo haya bautizado así.
Hasta aquél momento no le había visto coger ninguna ola, solo hablar con una chica (¿puede una alguna aspirante a surfista resistirse a un espécimen así? me pregunto). A la llegada del Jefe, Spicoli se acerca remando a saludar.
-Qué tal jefe?!?...
-Hombreeee, máquina!!
-Mira qué tabla me he pillado Jefe! Y le enseña un quad fish.
-Joé, muy buena. Esa es una réplica de la de Rob Machado, eh! Mu buenaaaa. Ostiaaa, que viene la serie!
Llega la serie, la misma en la que el Jefe ha mirado la muerte a los ojos, y yo consigo pillar una izquierdita que me abre lo justo para tener la sensación de estar surfeando. Cuando regresa la calma estoy en la parte del banco de arena más cercana a la orilla, esperando una espuma cualquiera que me ayude a reducir la remada hasta la arena seca. Me giro y veo a Spicoli triste, sin gafas de sol y rebuscando desesperadamente en el agua alrededor suyo. Y es que Spicoli ha perdido las gafas. Unos segundos después piso la arena de la orilla, oigo un crujido debajo de mi pie y noto algo duro. Me agacho. Distingo algo rojo y roto bajo mi pie. Lo recojo y arrojo los restos de las gafas de Spicoli a la primera papelera.
Extrañamente me siento bien.
Sábado – el shaolin
Vuelvo a bajar a la playa a última hora. Está más o menos igual (o sea fatal), pero hay menos gente según la webcam.
Mientras ando por la orilla veo a un tipo en plan monje shaolin haciendo conjuros y bailes en la arena, ajeno al mundo que le rodea. Pienso que este mundo está lleno de frikis, con muchas pajas mentales.
Y que los que intentamos ser surfistas aquí, en este rincón tan desagradecido del Medi, no dejamos de ser unos frikis más.