-“Yo he perdido toda mi juventud,
sabes? Te diré: empecé a trabajar a los 16 y ahora tengo 29…” y le da una calada a su porro.
El
que me lo cuenta me recuerda a un imponente ejemplar de miura. O más bien a un burel
de la ganadería Marqués de Domecq. De hecho guarda un cierto parecido con Universal,
el precioso y espectacular ejemplar de casi 600 kilos que tan buena actuación –seis
empitonadas en una carrera - dejó en los Sanfermines de 2007. De altura no
superior al metro setenta y cinco, su anchura corresponde a la de alguien mucho
más alto. Pelo corto, barba rasurada a lo short boxed, camiseta sin mangas con inscripciones en inglés sobre muerte, punk y
calaveras…
-“Date cuenta que todos esos años los
pasé trabajando en la construcción. Trabajo bien pagado, pero duro sabes? 13
años seguidos; toda mi juventud. Y ahora nada…”
Por
fin ha acabado de pelar y trocear las patatas y las cebollas. Entra en su VW
California y comprueba que el aceite de la sartén ya está caliente. Echa las
patatas, las cebollas y una pizca de sal. Un tatuaje enorme cubre todo su
hombro derecho; desde la base del cuello hasta el codo, bíceps incluido. Un
bíceps de diámetro similar al de un poste de teléfono. Su cuello es tan ancho
como el de un uro; a su lado el de Fernando Alonso parece fino y delicado… el
de una bailarina de ballet vamos. Una cadena bien gruesa alrededor del cuello, el
peso de la cual debe superar al de un recién nacido. Arriba una cabeza que, en
comparación al tamaño del resto del cuerpo, parece chiquitina.
-“Y ahora la construcción está muy mal
y nos hemos quedados todos en el paro. Pero eso nadie lo podía predecir hace
unos años. Qué quieres que te diga… la culpa la tienen las muyeres! Ellas y
sus padres!”
Tira
lo que queda del porro y abre la nevera de la furgoneta.
-“Achtung!” exclama señalando una
pegatina dentro de la nevera de la furgo. “Me
encanta! Estos alemanes son la rehóstia! Qué… mola la furgo no? Casi cincuenta
mil euros que me costó hace unos años. Nueva de trinca. Y los alemanes fabricando
cosas… esos sí que saben!! Alguna vez para algún chalé de alto standing los
propietarios querían alguna marca de puertas, muebles de cocina o de baño
alemana y… qué diferencia! Calité!”
Mientras
le echa un vistazo a la sartén, coge una huevera de la nevera, una lata de
pimientos del piquillo y un cartón de leche. Cierra la nevera y se vuelve a
sentar.
-“Compra, me decían, estáis tirando el dinero
con un alquiler. Y al final Piluca y yo compramos. Ahí arriba –señala una
zona residencial nueva en la distancia-
una promoción que hicimos en la empresa y que quedó muy bien de precio. Y
encima luego hice yo la cocina y el baño, para asegurarme que estuviesen bien
acabadas. Pero ahora claro, sin trabajo y con la hipoteca… pues mal; muy mal.”
Los
seis huevos han sido rotos y echados a un bol. Su pectoral se mueve al ritmo de
su brazo cuando los bate. El ritmo y la fuerza que imprime son tales que uno se
pregunta si el sismógrafo más cercano no va a captar esas vibraciones, y
confundirlas con placas tectónicas haciendo de las suyas. El tatuaje del hombro
también se mueve y las calaveras, tigres y serpientes que forman el mismo van
cobrando vida. Dicen en su barrio que el tatuador, cuando vio la extensión de
piel a tatuar, tuvo que realizar un pedido extra de tinta. Los que lo dicen son
los mismos que le llaman “Osborne” por razones obvias. Años atrás, cuando
iban a Las Landas y no estaba con Piluca, le llamaban “Red Bull”. Para
internacionalizarlo… decían. Mucho antes, de crío, era conocido como “el
tirillas” en su barrio. Pero eso fue hasta que empezó a trabajar en la
construcción e ir al gimnasio.
Se
lía otro porro y lo enciende.
-“Luego estuve tres meses en una
fábrica y estaban entusiasmados conmigo, pero se acabó el contrato y no me
renovaron. Tenían pocos pedidos me decían…” murmura contemplando la punta encendida.
A
continuación abre la lata de pimientos, saca unos diez y los empieza a cortar
en trozos, añadiéndolos al huevo batido. Del asiento delantero recupera la
barra de pan recién comprada camino de la playa y la abre en dos. La deja
–abierta- encima de la mesa. Echa un poco de leche al bol de los huevos batidos
y los pimientos y bebe gran parte del resto a morro. Dos caladas más al porro y
tira la colilla.
-“Y vete a saber tú lo que va a durar esta
situación! Yo ya busco pero el tema está fatal. De momento con el paro y lo que
Piluca saca de la peluquería vamos tirando… Ahora ella quiere un crío. Muyeres!!!
Yo ya le he dicho que se lo tome con calma, pero cuando quieren algo…”
Saca
la sartén del fuego y echa las patatas y cebollas –bien doradas- al huevo
batido con los pimientos y la leche. Lo mezcla bien, tira parte del aceite, vuelve
a poner la sartén en el fuego y le echa el contenido del bol con mucho mimo, para que no se pierda ni una gota.
Rápidamente la tortilla empieza a cuajar. Se lía otro porro.
Unos
minutos más tarde, con la tortilla ya hecha por ambos lados, la corta en tiras
y las coloca en la barra de pan. Me ofrece el primer mordisco. Declino. Me
ofrece que me acabe su porro. Declino otra vez.
Tres
minutos después, del bocata de tortilla de seis huevos de patatas, cebolla y pimientos
del piquillo más una barra de pan entera solamente quedan unas migas en su
camiseta y el aroma alrededor de la furgo. El cartón de leche yace vacío a sus pies.
-Vamos al agua o qué, oh? me espeta.
Hay
un metro pasado, bastante cerrón y orillero. Un puñado de surfistas en el agua
solamente y no parecen tener mucha suerte. Asiento: vamos. En el interior de su
furgo descansan dos tablas preciosas; si no son nuevas tendrán un par de baños
como mucho. Paseo mis manos por sus cantos finos y miro las dimensiones: 5’10’’
x 18 ½ x 2 ¼ y 6’0’’ x 18 ½ x 2 ½. Marca extranjera, shaper extranjero. Uno de
esos reconocidos mundialmente. Cuando Osborne agarra una de ellas con su mano
enorme, parecen todavía más finas y desproporcionadas al lado de su grueso cuerpo de morlaco
de más de cien kilos.
-“Bah, me las hicieron mal…” comenta disgustado. “No me llevan, y eso que son mis medidas. El lunes voy a que me las
cambien.”
Voy
a cambiarme a mi vehículo, aparcado dos coches más allá. Regreso al cabo de
unos minutos con el traje puesto y mi tabla. Osborne está untándose la cara de
protección solar con la ayuda de su retrovisor lateral. Bajo una capa de piel
gruesa se adivina la potente musculatura de su espalda. Su traje medio
enfundado no le cubre la rabadilla, dejando gran parte de sus nalgas al
descubierto y también un tatuaje circular con motivos tribales. Se da cuenta –
por el retrovisor- que observo su tatuaje.
-“Chulo, eh? Es maorí o aborigen. Significa
algo de la fuerza de mis ancestros. A Piluca le encanta…” y me lanza un
guiño a través del espejo. Se da la vuelta lentamente. Sus pectorales –limpios
de pelo como el resto de su torso- contienen suficiente carne como para
erradicar el hambre de gran parte de África.
-“…pero el mejor de todos es este…” continua dibujando una sonrisa pícara mientras
señala su entrepierna. Su traje deja al descubierto su vello púbico, que una
mano experta ha rasurado perfectamente hasta darle la forma de corazón.
-“Me lo hizo Piluca. Cosas del amor!”